Diamantina Rodríguez: una artista hecha a sí misma

Nacida en 1920 en Vil.laxime (Quirós), hija de madre soltera y esposa de un republicano represaliado, logró llegar a la cima de la asturianada.

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Héctor Braga
Héctor Braga
Cantante, multiinstrumentista, compositor y productor musical. Profesor y doctor universitario, autor de la tesis "La asturianada. Estudio etnomusicológico de un género vocal de tipología popular".

En la historia de la música, como en la de tantas otras disciplinas, las mujeres fueron peones de un juego dirigido por hombres. Detrás de grandes compositores hubo mujeres excepcionales (Clara Schumann, Fanny Mendelssohn, etc.) y sin ir más lejos, el éxito de Igor Stravinski, Astor Piazzolla o Quincy Jones no se entendería sin el magisterio de la francesa Nadia Boulanger.

Recientemente ven la luz de imprenta trabajos como el de la historiadora inglesa Anne Beer, «Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clásica» (Acantilado, 2019), que vienen paliando la flagrante invisibilidad histórica de las mujeres en el arte de la musa Euterpe, pero aún queda mucho por hacer a todos los niveles. Tanto global como local.

Porque si esto fue así, si mujeres tan brillantes y formadas permanecieron en la sombra, ¿qué creen ustedes que pasaría con la talentosa niña de una recóndita aldea de Asturias? Pues ahí radica lo excepcional de la historia de Diamantina Rodríguez.

Nacida en 1920 en Vil.laxime (Quirós), hija de madre soltera y esposa de un republicano represaliado en la dictadura, Diamantina Rodríguez supo labrarse un nombre en el género vocal autóctono del Principado, la asturianada, y tras una fructífera carrera discográfica obtuvo en vida numerosos e importantes reconocimientos: «Hija predilecta de Quirós», «Mierense del año», «Medalla de Asturias» en la categoría de plata e incluso una calle a su nombre en La Corredoria (Uviéu).

Esto es muy meritorio porque verán, en las coordenadas del terruño patrio y más específicamente Asturies (permítanme que anote los nombres vernáculos en lengua asturiana), las mujeres han sido las principales transmisoras de la cultura tradicional, pero nunca corrieron mejor suerte que sus homólogas europeas más pudientes.

Como detentadoras de la tradición musical asturiana, no es casualidad que precisamente una mujer, Antonia Coque, fuese quien cantó al lingüista sueco Åke Munthe la primera versión conocida del Asturias patria querida una tarde del verano de 1886, ni que otras dos mujeres, María Argüelles «La Pita» y Leandra González, protagonizasen las primeras anotaciones de un jovencísimo –por aquel entonces– Eduardo Martínez Torner, ni que Engracia Martínez «La Pescadora» forjase el inimitable repertorio de asturianadas de su hijo, el célebre Enrique Cienfuegos «El Pescador». La propia Diamantina acompañó en varias ocasiones al musicólogo valdesano Modesto González Cobas (1922-2012) en cuya biografía destaca una extraordinaria contribución a la música asturiana con cientos de programas radiofónicos de divulgación folclórica, en una época en la que no había los medios tecnológicos actuales.

Pero la piel de toro hispana fue obstinada y las mujeres no se profesionalizaron hasta tiempos muy recientes. Posiblemente Cecilia o Rosa León fueran conscientes de su suerte durante la Transición, pero Rosalía o Aitana quizá ya no tanto.

Da igual. El hecho es que desde antes de la Guerra Civil, la música popular española en clave femenina malvivía entre el cuplé y las varietés, atrapada en un bucle infinito marcado por los cambios de vestuario de «La Chelito», el insondable baúl de «La Piquer» o la pulga inquieta que palpaban y rebuscaban por su cuerpo Pilar Cohen o la joven Sarita Montiel, haciendo babear a un público más ávido de atisbar sus curvas entre los pliegues de la ropa que de apreciar las bonitas melodías que salían de sus gargantas.

Eso por no hablar del cerrojazo social a talentosos artistas homosexuales, como fue el caso del genial –y repudiado– Miguel de Molina, o los asturianos –impunemente asesinados– José Miranda «El Repicáu» y Alberto Alonso «Rambal».

Es triste casualidad que se produzca su fallecimiento justo ahora, con la asturianada recientemente declarada Bien de Interés Cultural

No nos engañemos. Los integristas siguen ahí agazapados enarbolando la crítica homófoba y la censura de todo aquello que rebase su rancia y limitada comprensión del arte. En Asturias son los mismos que menosprecian los recientes éxitos de Rodrigo Cuevas. Y fueron los mismos a quienes no agradó la aparición de Diamantina Rodríguez.

La música es lo menos importante para quien no la entiende ni la disfruta, pero eso ya lo sabemos todos.

Así que hablemos un poco de ella, de Diamantina, quien disfrutó de una merecida jubilación en la residencia «Edad Dorada» de Noreña después de una larga carrera dedicada a su gran pasión: la asturianada. Es triste casualidad que se produzca su fallecimiento justo ahora, con la asturianada recientemente declarada Bien de Interés Cultural y un currículo educativo en ciernes para su implantación en los conservatorios.

Cuando hice mi tesis doctoral sobre el género comprobé que Diamantina emergía con fuerza justo después del lapso temporal donde yo concluía mi investigación, lo cual no me impidió descubrir una figura que ya se adivinaba irrepetible desde sus primeras apariciones públicas en 1948.

No lo tuvo fácil. Dentro de la prolífica discografía de la asturianada tradicional que arranca en 1896, los hombres copaban el elenco histórico de intérpretes. Únicamente Amable Fueyo, Obdulia Álvarez «La Busdonga», Purificación Rivas «La Pichona», «Visi» Bayón o Faustina Menéndez (hija del inolvidable «Cuchichi») hicieron algunas grabaciones antes de 1936.

Con toda certeza les digo que el joven musicólogo quirosano Luis Álvarez Pola -paisano de Diamantina- es quien más y mejores datos vitales conoce sobre ella, los cuales publicará en una inminente tesis doctoral sobre la tradición musical de su concejo natal. Él fue quien me contó algunos detalles biográficos que, aunque sobradamente conocidos por los más allegados a la finada, yo les voy a compartir aquí.

Fue hija de Adelaida Argüelles García, madre soltera, y de Rogelio Rodríguez Aparicio, un padre que nunca se ocupó de ella y murió fusilado en la guerra. De Manuel Fernández Delgado (padre del recordado Manolo Delgado) aprendió sus primeras canciones por tradición oral y en el bar familiar de Vil.laxime hizo sus primeras actuaciones, donde ya se ganaba unas propinas y era una auténtica atracción sobre la barra hasta que con apenas 6 años se trasladó forzosamente a Babia con su madrina.

Allí permaneció tiempo suficiente como para aprender mucho repertorio tradicional de esta comarca antes de regresar nuevamente a Quirós, donde con 15 años y tras unos breves meses de cortejo se casó con Argimiro Fernández Álvarez (1912-1980), un gaitero aficionado casi diez años mayor que ella a quien la guerra pilló en el bando equivocado y perdió la salud en sucesivos batallones de trabajo.

El matrimonio no tuvo hijos y Diamantina pasó casi 12 años sirviendo en casas particulares de diversas localidades (Quirós, La Ribera, etc.) hasta que su marido fue perdonado por el régimen y ambos se asentaron en Mieres en los años 50.

En la historia de la asturianada, la pista de Diamantina pude seguirla sin dificultad a raíz de mi tesis doctoral: su primera aparición pública fue en el concurso del diario «Región» de 1948, donde obtuvo uno de los segundos premios femeninos, puesto que repitió en la edición de 1951 hasta que fue proclamada campeona en 1955. Años después fue integrante del jurado en 1971 junto a otras figuras importantes como su admirado maestro «Cuchichi» y el recordado Vicente Miranda.

Diamantina hizo arte y cultura en un tiempo difícil gracias a su inmenso talento, tesón e inteligencia y, es necesario decirlo, a la comprensión de un marido que siempre vio con buenos ojos su quehacer artístico. Otras intérpretes de posguerra no tuvieron tanta suerte, caso de la malograda Josefina Fernández (campeona en 1948). A la propia Diamantina la agredió brutalmente otro cantante de asturianadas cegado por la envidia, quien dio justamente con sus huesos en la cárcel de El Coto (Xixón) y pagó una cuantiosa multa. Pero no todos los hombres son iguales y Diamantina desarrolló sus dotes para la asturianada bajo el magisterio del legendario José Menéndez Carreño, «Cuchichi», quien fue sin duda el gran artífice de su éxito en los concursos y posterior despegue artístico, siempre a nivel local.

Hubo otras mujeres que consiguieron proyección pública y entre los concursantes de las primeras ediciones de «Región» aparecen consumadas intérpretes como Encarnación Quintana, de Parres (Llanes), Argentina Tuñón Llaneza y Marina Castañón González, ambas de L.lena, Celestina García Riestra (Uviéu), Herminia Muñiz, de Ablaña (Mieres), Divina Díaz, de El Berrón (Siero), Alicia Areces, de Soto (La Ribera) o Lolita Chico, de Trubia (Uviéu).

Tras la guerra, etnomusicólogos como Lomax, Brailoiu y García Matos hicieron las primeras grabaciones a mujeres en 1952, siendo la más conocida de todas Veneranda Fernandez, de Felechosa (Aller) –campeona de «Región» en 1951– y poco después llegaron los discos comerciales de Maudilia Fernandez «La Mariñana» y Margarita Blanco, en 1953 y 1963 respectivamente.

Diamantina publicó sus primeras grabaciones en 1964, las cuales vieron la luz con el sello Hispavox en formato de 45 revoluciones con 5 temas: Arboleda bien plantada, A mí me gusta la sidra, Asoméme a la ventana, Carretera de Colloto y Puerto Ventana.

Publicó sus primeras grabaciones en 1964 con el sello Hispavox

Luego vinieron 12 sencillos en solitario y muchas más cosas, desde 1969 hasta su celebérrima creación: A las madres de los mineros, de 1981, una canción que combina recitados y asturianada brava de forma similar a la que probó con notable éxito José González «El Presi» en 1953 con Si yo fuera picador, en una fórmula que siguen mimetizando intérpretes actuales del star-system autonómico como Anabel Santiago.

Todo eso es historia de la música asturiana y se escribirá en libros y artículos, con mayor o menor fortuna. Nosotros quedémonos por ahora con el legado de esta niña asturiana que elevó su arte por encima del fantasma de los prejuicios y la politización de un país ahumado por los rescoldos de la guerra, el odio y el rencor. Un fantasma que siempre está acechante, desde ambos lados del espectro político y ahora más que nunca en décadas, sobre quienes somos personas de cultura.

Alguien dijo que hay un feminismo que ya no lucha por la igualdad porque simplemente intenta buscar derechos para su propio bando. Más allá de lo simbólico de ponerse lazos morados o salir a la calle el 8M, es en la trayectoria y el ejemplo vital de personas como Diamantina donde está el sustento para causas tan manoseadas y maltratadas como la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres.

Porque no les quepa duda que, en este país nuestro, sigue teniendo más valor el ejemplo de una simple niña, una guaja de una aldea asturiana, que toda la palabrería vacua que engorda el prime-time nacional.

Démosle una vuelta a eso. Diamantina estaría orgullosa.

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3 COMENTARIOS

    • Cuando lo leí pensé que lo de “el bando equivocado” era una ironía, pero cuando llegué al final del artículo y empecé a leer lo de que el marido de Diamantina fue “perdonado” por el régimen, lo de ” …un país ahumado por los rescoldos de la guerra, el odio y el rencor. Un fantasma que siempre está acechante, desde ambos lados del espectro político…” o esa presunta crítica velada o confusa del feminismo ya no sé a qué carta quedarme.
      O Héctor Braga se explica muy mal o a fuerza de querer aparecer como equidistante y agradar a todo el mundo acaba quedando como la Gocha Pumarín.

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