Pedro García, de la galería Dos Ajolotes, te recibe con un plato de sandía troceada según llegas a la inauguración de la exposición ‘Lo que Handala todavía ve’. Piensas “qué manera más original de recibirte y lo bien que entra la sandía, tan refrescante”. A su lado, la mirada verde inmensa de Tamara Albotros (Damasco, Siria, 1998) sonríe junto a las ilustraciones que lucen en las vitrinas de la antigua Joyería Solís, en la confluencia de las calles Jesús, Los Pozos y El Rosal.
El rojo de la sandía parece, en cierta manera, mimetizarse con el rojo magenta que resalta en las dos láminas que componen la exposición. Impacta el rojo magenta, pero también el verde. Y las miradas. Sobre todo las miradas.

‘Lo que Handala todavía ve’ es la primera exposición de esta artista refugiada siria, totalmente impactada por los bombardeos israelíes en la Franja de Gaza. Se planteó como una expo de urgencia. Y sobre todo desde la necesidad. De la necesidad de hablar, de expresar. Y ella sabe bien de lo que habla. Ella también ha vivido la guerra. La guerra de Siria. Aún la vive. La lleva consigo, la acompaña y no le da descanso.
Tamara Albotros no podía permanecer impasible. Necesitaba hablar. Y su hablar es a través de la pintura. En este caso un par de láminas de trazo a base de rotulador: “quería que fuera algo más espontáneo, igual un poco naïf, pero es para demostrar la causa, no quién soy yo, ni siquiera lleva mi firma. Esta exposición no es para mí, por eso está en la calle, no quería que estuviera en una galería. Es tan espontáneo porque quiero que destaque el dibujo más que yo”.

Lo que pretende con su obra es remover conciencias, es sensibilizar a través de sus ilustraciones. “Yo quería ponerlas aquí porque me molesta que pasen los años y Palestina siga en la misma situación. Y la gente en vez de estar cada vez más enfadada, normaliza la situación”, denuncia Albotros.
Handala
La artista recupera la figura de Handala, el personaje creado por el dibujante palestino Naji al-Ali, asesinado de un disparo en la cabeza en Londres en 1987. Resultaba incómodo. Tan incómodo como su personaje, convertido en un icono de la amargura e injusticia de la situación palestina.
Handala es un niño de 10 años, “y siempre tendrá 10 años”, que es la edad a la que al-Ali tuvo que dejar su país. “Y no volverá a crecer hasta que no regrese a Palestina. No crecerá hasta que los países y el mundo árabe recuperen su dignidad, hasta que los respeten”.
Handala observa de espaldas al espectador con las manos en la espalda porque “se niega a cambiar, se niega a que llegue cualquiera a un país árabe para cambiarnos. Tenemos que ser según las condiciones de otros, como dice, por ejemplo, Estados Unidos. Y no”, reivindica Albotros.

‘Lo que Handala todavía ve’ y ‘Y sigo aquí mirándote’, el título de las dos láminas, están protagonizadas por niñas. Y lo son porque “todos somos niños viviendo la guerra. Cuando crecemos, perdemos la sensibilidad”. La autora afirma sentirse más identificada con la segunda lámina: “me gusta más, yo fui esa niña muchas veces. Parece que está bien, pero sigue ahí, mirándote”. Cuenta que “lo más difícil de vivir en una guerra no es morir; mueres y se acaba todo: lo difícil es vivir, es estar allí viendo, aguantando, normalizando”. Y es entonces cuando identificas esa mirada que te observa desde la lámina. Que te observa desde mi interlocutora.
Mientras charlamos el rojo magenta de las ilustraciones parece ir copando aún más protagonismo. Porque es rojo magenta, no es rojo. El magenta implica la frescura de la sangre “porque es sangre fresca: es ahora. He visto manchas de sangre en el suelo, y la sangre se oscurece con el tiempo”. El tiempo que pasa y que no da solución a un conflicto añejo.

Es el rojo vivo de la sandía que te recibe, fresca, en una tarde calurosa que aventura el verano cercano.
Tras la Guerra de los Seis Días, en 1967, izar la bandera palestina en Gaza, controlada por Israel y Cisjordania, se convirtió en un crimen. Palestina es una nación sin estado. No hay reconocimiento. La manera con la que la población palestina consiguió saltarse esta prohibición de exhibir sus colores nacionales fue portar sandías en rodajas a través de la región en señal de protesta. El rojo, negro, blanco y verde simboliza la bandera de Palestina y de la Revuelta Árabe.
Handala en árabe significa amargura. La amargura frente a la dulzura de la sandía.