Para empezar, Marley estaba muerto. Con el viejo Marley comienza Charles Dickens su cuento más famoso de Navidad y con Marley hemos querido nosotros también iniciar esta columna, porque este año, con motivo de la Covid, se ha suspendido otra vez la cena/comida de Navidad en la agrupación socialista de Gijón. Por lo tanto, en 2021 no habrá cuento, aunque más que cuento, aquello viene siendo un auto sacramental desde que Iván Ardura llegó a la secretaría local. Quiere decirse, querido y desocupado lector, que en las cenas/comidas de Navidad de los partidos, y particularmente de la agrupación socialista de Gijón, se vienen escenificando los diferentes frentismos entre mundos antagónicos y compartidos, siempre con dos maneras de comprender el partido y la ciudad, que se escenifican con un sentido exquisito de la urbanidad, como quien espera un duelo a muerte después de haber bailado un minué a la hora de la cena. El mayor problema de las comidas/cenas de Navidad de los partidos es precisamente ese: entre mandíbulas prietas y sonrisas displicentes, el consomé siempre te lo sirven frío.
“El mayor problema de las comidas/cenas de Navidad de los partidos es precisamente ese: entre mandíbulas prietas y sonrisas displicentes, el consomé siempre te lo sirven frío”
Este año se están suspendiendo muchas cenas de Navidad, así que este año no habrá más cuento de Navidad que el que solemos leer en vísperas de Nochebuena. Iván Ardura se libra de ver que a la comida/cena de Navidad de su partido sólo van los suyos. Los otros, como en las listas del Congreso de la FSA, han preferido quedarse en casa a leer a Charles Dickens porque es más entretenido. Uno tiene la costumbre de leer a Dickens estos días porque piensa que no hay mejor cuento de Navidad que aquel que principia con un muerto y termina resucitando a otro. El relato de Dickens tiene el mismo fulgor que Luces de Bohemia de Valle-Inclán, quizá porque la obra de teatro no deja de ser otro cuento triste y desolador de Navidad. Sendos libros nos hablan de un Londres y un Madrid brillante, absurdo y hambriento, respectivamente, por el que van pasando todos los parias y todos los fantasmas de nuestra vida.

Lo cierto es que no sabemos cuántos fantasmas han visitado a Iván Ardura, ni si es un secretario local políticamente muerto como lo fue el Marley de Dickens. Quizá sea un secretario vivo, tan huraño, amargo y solitario como lo fue el señor Scrooge, al que también se le aparecen los fantasmas por Navidad. Los fantasmas de Ardura no arrastran todavía cadenas, aunque su rastro se mide por el número de votos, llamadas de teléfono y esas cosas que se hacen antes de ir a votar para llegar con la asamblea ganada. Sea como fuere, aunque algunos opinan que todo eso se dictará en el próximo congreso, yo me malicio que lo anticipará antes el censo.
“No hay mejor cuento de Navidad que aquel que principia con un muerto y termina resucitando a otro”
Ardura, como Scrooge antes, tienen en común su alma de contable, aunque podemos afirmar que la ambición política del secretario socialista comenzó siendo tan exigua como lo fue la de Bartleby el escribiente, otro cuento. Aquel misterioso personaje gris de Herman Melville respondía a todos los requerimientos de su jefe con un “preferiría no hacerlo”, pero el paso de los años en la secretaría socialista de Gijón le ha otorgado a Ardura la seguridad suficiente como para querer repetir otro mandato.
Sin embargo, estoy convencido de que Iván Ardura no es Mr. Scrooge porque el viejo pecador avariento “extorsionaba, tergiversaba, usurpaba, rebanaba, apresaba”, según escribió Dickens. Iván Ardura no aspira a tanto, al menos no sólo él. Admiramos a Scrooge porque era duro y agudo como un pedernal al que ningún eslabón logró jamás sacar una chispa de generosidad. Era capitalismo químicamente puro y, como tal, también era “secreto, reprimido y solitario como una ostra”. Doy fe de que Ardura no expresa tanto carácter, pero es fácil comprender que su trayectoria política bien vale un cuento de Navidad, aunque no alcance a una cena.