La llamada a un frente amplio ha sido una constante de la izquierda parlamentaria durante el último año. Sin embargo, han sido más los buenos deseos que las concreciones prácticas de qué implicaría y en qué espacio se situaría un proyecto de ese tipo. Aquí van cuatro lecciones para leer adecuadamente el momento político actual: La impugnación y el orden conviven políticamente; tenemos que impulsar formatos y espacios amplios; los gobiernos y frentes amplios deben construir y articular lo social; y el programa debe ir más allá de los límites económico-políticos actuales, construyendo un horizonte republicano y feminista de transformación estructural.
Lección 1: Impugnación y orden conviven a la vez
Si las acampadas en las plazas de medio mundo pusieron la política patas arriba en el año 2011, desde poco después, cíclicamente, se señala que el momento de la impugnación habría terminado. La gente, se dice, querría volver a la normalidad y pediría orden y tranquilidad. Orden que sería siempre bajo las formas consensuales del régimen político de turno. Sucede en España, pero también en Estados Unidos, Francia o Reino Unido. Durante un momento parece que volvemos a ‘lo viejo conocido’. Y, sin embargo, al poco todo se desbarajusta de nuevo. Estefanía Molina analiza en su ‘berrinche político’ las contradicciones entre una ciudadanía que demanda emotividad e impugnación y a la vez se enfada por las consecuencias de ésta; que revienta el sistema de partidos tradicional, pero anhela a tecnócratas frente a políticos a los que ve como parte del problema. La aparición de monstruos en Brasil o Estados Unidos, como Bolsonaro o Trump, nos demostró que, con nuestras mismas herramientas digitales y, sobremanera, usando idénticas narrativas (proponiendo soluciones diametralmente diferentes), los cambios podían ser a peor. Los ciclos mundiales son así. Combinan picos de impugnación social, que pueden ir en cualquiera de las direcciones, con etapas donde se exige calma y certidumbres, abandonar el ruido y priorizar las cosas útiles. Ambas cosas conviven.
Miremos el mapa global. Mientras Portugal sigue siendo un oasis del bipartidismo, en las elecciones francesas, los bloques de impugnación a (extrema) derecha e izquierda en las presidenciales, suman dos tercios de los votos, y el tercio restante (mayoritario), de gran centro, de orden, lo ocupa Macron, al frente de una organización con apenas 5 años de vida, que destrozó el sistema de partidos tradicional. En Chile, el país latinamericano más europeo, el Frente Amplio de Boric superó a las formaciones de la concertación y llevó a la nieta de Salvador Allende, Maya Fernández, al Ministerio de Defensa. Incluso en Estados Unidos, Joe Biden volvió a ganar para los demócratas, pero no parece que ni la izquierda de Bernie Sanders ni la derecha trumpista hayan desaparecido. Y en el conjunto de la Unión Europea, evaluemos los últimos tres meses: guerra en nuestras puertas, hiperinflación, paros patronales por el precio de los carburantes, crispación generalizada y peticiones de intervenir los precios. A ello, se suma la irrupción de los partidos de la España vaciada, el primer gobierno de coalición con presencia de Vox o, en los últimos dos años, los éxitos de Bildu, BNG, Más Madrid o Esquerra Republicana, segunda fuerza en sus respectivas comunidades autónomas. Incluso: el 40% de la población rechazaba al comienzo del conflicto el envío de armas a Ucrania a pesar de la sinfonía mediática y de los partidos. ¿De verdad que había pasado la impugnación?

Estamos ante un empate catastrófico. Las fuerzas que propugnan el restablecimiento del orden tienen escasa capacidad de legitimarse en el medio plazo porque sus políticas expansivas en lo social y económico no logran ser duraderas y carecen de los monopolios comunicacionales para hacer propaganda. Incluso los golpes de Estado, como en Bolivia, pueden revertirse. Pero las fuerzas impugnatorias causan también cansancio si no alcanzan el poder. La ciudadanía pide volver a la normalidad. No quieren vivir en la excepcionalidad permanente, aunque a menudo apoyan proyectos disruptivos.
“Las fuerzas que propugnan el restablecimiento del orden tienen escasa capacidad de legitimarse en el medio plazo”
Quien defiende que la impugnación ha pasado, señala que ésta se encuentra en manos de las extremas derechas. Si quien lidera las revueltas son los Abascal y Trump de turno, las izquierdas tendrían que aportar un perfil de orden. Las implicaciones de esta lectura sería el apostar por la política de toda la vida: consensos y seriedad institucional, recuperación de la izquierda clásica, una política profesionalizada con pactos entre las organizaciones ‘formalmente’ existentes y renuncia a los estándares éticos post-15M (limitación de mandatos, techo salarial, donaciones a causas sociales). Si la gente piensa que todos son iguales, ¿a quién le importa la regeneración?
No debemos confundir los deseos con la realidad. El 15M y el ciclo Podemos se vivió a la defensiva por los sectores previamente organizados. En el manual no había instrucciones sobre qué hacer ante ese desborde ciudadano, y muchos optaron por la vida contemplativa ante un Iglesias cuya virtud fue el ser el primero en ver, desde esos sectores organizados, la posibilidad de lanzarse al ruedo y cabalgar el caos. Otros, se arrimaron a ese proyecto ganando progresivamente peso. Aunque la arrogancia de la nueva generación de cuadros políticos no se lo pusimos nada fácil, detrás de la profecía del fin de la impugnación se esconde una revancha ‘boomer’ de quienes habían dejado hacer durante esta década, el deseo de constituir un liderazgo burocrático emancipado de lo social y la ilusión de que cualquier tiempo pasado fue mejor, vistos los errores de la generación 15M-Podemos. Detengámonos un momento aquí. Pensemos en la vieja idea de las condiciones objetivas para la revolución: sorprende que en medio de una pandemia global, una guerra fría-caliente y una crisis económica de primer nivel, quienes habitualmente hablaban de ‘las condiciones para la revolución’ sean los máximos exponentes de defender el cierre de las ventanas de oportunidad. Ahora, que muchos de ellos son los propietarios de la casa y que nunca ha habido condiciones más impugnatorias, se opta por el inmovilismo y por no dejar las ventanas abiertas.
“detrás de la profecía del fin de la impugnación se esconde una revancha ‘boomer’ de quienes habían dejado hacer durante esta década”
Que los deseos de algunos no nos tapen el horizonte: ni la arrogancia quince-emera ni la revancha ‘boomer’ es la solución. Entendamos bien este tiempo político. Los momentos de impugnación, y los espacios políticos de disrupción, conviven con los de orden. La causa es sencilla: los límites económicos del capitalismo impiden que buena parte de la población adquiera una situación estable (empleos seguros y bien pagados, acceso a vivienda, certidumbres sobre el futuro) y la diversificación de las fuentes de información política facilitan que estos agravios se conviertan en malestar disruptivo. En ese contexto, lo peor que puede hacer un proyecto político es quedarse entre dos aguas, no impugnar, ni poder ser orden (por los límites de la gobernabilidad). Construir un proyecto de masas pasa por reconocer que vamos a caminar entre estas dos tensiones, pero también que este mundo de incertidumbre es la condición de posibilidad para impulsar transformaciones sociales.

En la normalidad, ganan los de siempre. No olvidemos que, aunque una buena gestión puede acercar a votantes de otros partidos al frente amplio, sólo con gestionar bien no ganaremos. Vean los ayuntamientos del cambio, donde hubo mejor gobierno, más políticas sociales e incluso, a pesar de las acusaciones incendiarias de las derechas, saneamiento de las cuentas y reducción de la deuda. Y a pesar de ello se perdió. La política no es justa. No se frenará a la extrema derecha mediante buenas políticas públicas, ocupando el marco de buen gestor y siendo eficaces en cuadrar las cuentas ante Bruselas (¡no deja de ser paradójico que los socialistas jueguen a ser tecnócratas y los tecnócratas como Draghi jueguen a ser socialistas!). Recuerda la politóloga María Corrales que “se le regala el pueblo a la reacción cuando se hace pasar la estabilidad por la conservación de lo establecido (…) parte de la izquierda había dejado de hablar de un ‘nuevo orden’ para referirse, sin ambages, a la defensa de lo existente”. Eso nos provoca incluso crisis de identidad: ¿somos jóvenes airados que impugnan el régimen y nuestra utilidad es desvestir las costuras del régimen del 78? O por el contrario, ¿somos buenas gestoras y profesionales, quienes colocamos a gente capacitada, para mejorar la vida de la gente desde el gobierno? ¿O somos las dos cosas conviviendo en un mismo espacio?
Se requiere combinar impugnación al sistema político y de partidos con la generación de certidumbres y solvencia en la gestión. Impugnación al dogma austericida mediante la estabilidad que construye un estado del bienestar fuerte y un programa de reformas económicas. Y se puede hacer eso con calma revolucionaria, como demuestra Yolanda Díaz. La cuestión decisiva para las fuerzas progresistas seguirá siendo exactamente la misma que hace una década: disputar la idea de orden. Quien esté en condiciones de proponer un orden mejor, que impugne el actual y mejore el bienestar, logrará hegemonía. “No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros”, se decía en el 15-M. El frente amplio ha de ser una herramienta para ese fin.
Lección 2: No va a existir un partido único, pero eso puede ser una ventaja
El capitalismo contemporáneo, gracias a las nuevas tecnologías, logró uno de sus sueños: convertir el consumo de masas en consumo de nicho: encontrar un producto específico para cada persona, que cubra, más que sus necesidades, sus aspiraciones y sueños. Mayor variedad en la oferta impulsada por una demanda donde buscamos ‘ser nosotros mismos’, ‘individualizarnos’ o ‘ser diferentes’. Y esos productos nos llegan directamente con anuncios que recibimos en nuestro teléfono móvil. Primero, recolectan nuestros datos e información acerca de nuestros gustos, luego recibimos publicidad a medida que orienta nuestro consumo. La utopía de la publicidad adaptada para el cliente perfecto.
Era lógico que ese modelo también iba a llegar a la política. El paso de un sistema de dos grandes partidos estatales a al menos cuatro de ellos no se puede entender sin la irrupción de las redes sociales, que han sustituido a los grandes medios de comunicación, en la vía de consumo de información política de buena parte de la población. Si antes leíamos el periódico o veíamos un telediario con una priorización de las noticias realizada por los grandes grupos editoriales (y económicos), hoy cada elector construye (o le construyen) una visión del mundo, lo que genera ‘burbujas’ políticas y mayor polarización. Los algoritmos de las redes sociales promueven la oposición y la afectividad. Youtube muestra los vídeos con mayor carga emocional, lo que induce a opiniones más polarizadas. Facebook e Instagram tienen un filtro burbuja por el que se priman las noticias que presuponen más cercanas a tus intereses. Poco a poco tu posición ideológica reduce puntos de encuentro con las contrarias.

Más diversidad, pero también más volatilidad en las opiniones. El ritmo es frenético: no recordamos qué sucedió, políticamente, la semana pasada. Vivimos en un presente permanente. Cualquier lectura definitiva corre el riesgo de caer pronto desactualizada. Son tiempos hiper-rápidos. La agenda sube y muere con la rapidez de Twitter. Se traslada a los liderazgos, como recordaba Aitor Esteban, los nuevos dirigentes jóvenes quieren el poder y lo quieren ya, pero las cosas a veces requieren más tiempo.
“La volatilidad del presente provoca que incluso ‘lo vintage’ se convierta en un valor político”
Eso convierte a los partidos en más inestables. Nacen, crecen, a veces vencen y, finalmente, mueren sin tiempo a estabilizarse, aunque algo de lo viejo pervive. La volatilidad del presente provoca que incluso ‘lo vintage’ se convierta en un valor político, la gente y los partidos que siempre estuvieron allí, que dan confianza en sus valores. Al igual que surgen las ‘películas de culto’, también hay ‘partidos de culto’. No es de extrañar el reverdecimiento del PCE al calor de su centenario o el éxito electoral de las las candidaturas regionalistas anteriores a Podemos. Ni el que el líder de la izquierda francesa, Mélenchon, haya cumplido 70 años, o Lula vaya por los 76 (recientemente, se ha unido a la cantante Anina para movilizar el voto adolescente en Brasil), impulsados por grandes movilizaciones juveniles. Una nostalgia a la que también apela Pablo Iglesias, cuya imagen de portada en su libro de memorias es el logo del PCE. No lo duden, Iglesias volverá en el medio plazo y representará esa nostalgia. La tendencia esquizofrénica entre lo nuevo y lo viejo va a ir a más. Habrá momentos de estabilidad, pero también más matices, disensiones y diversidad.
El viejo sueño marxista-leninista de un gran partido único totalizador es más difícil hoy en día. ¿Quién puede agrupar, sin tensiones, esta diversidad bajo un mando único? Pero tampoco tenemos que conformarnos con la división, las escisiones permanentes y el miedo eterno a la deslealtad. Debemos generar una gran alianza desde los sectores más socialdemócratas hasta los sectores más a la izquierda con el objetivo de la toma del poder, bajo el formato de un frente amplio, que ya ha funcionado razonablemente bien en Latinoamérica. Plantear la política desde este punto de vista elimina muchos de los dramas de la izquierda tradicional: no es la última batalla entre tus enemigos internos del mismo espacio político sino que todos somos parte de algo que nos ha de superar si se quiere convertir en mayoritario.
En un mundo de redes sociales y microsegmentación de la opinión, el frente amplio implica asumir que no va a existir un ÚNICO partido y que necesitamos alianzas laxas y liderazgos instrumentales asumidos por el conjunto del espacio. El peso relativo de cada sector debe explicitarse por medio de primarias únicas bajo una óptica diferente a la tradicional de Podemos (“the winner takes it all”), que permita un reparto, facilite la incorporación de movimientos sociales y suponga un incentivo a la participación y a la cohesión posterior. Si el modelo de primarias permanentes de Podemos, las dudas sobre las garantías del sistema informático y la exclusión de los perdedores (la máquina de guerra electoral) nos ha hecho perder fuerza, también hay que defender el elemento aglutinador y de desborde de los partidos que pueden tener las primarias frente a los dedazos o las primarias sin competencia.

¡Ojo! Eso no quiere decir que el efecto de los liderazgos y de las plataformas transversales no tenga un efecto multiplicador. La división entre Mélenchon y el Partido Comunista Francés les impidió pasar a segunda vuelta, sí, pero el histórico dirigente francés, con una apuesta nacional-popular y más ecléctica, juvenil y transversal, mejoró en tres puntos los resultados de 2017, cuando ambas fuerzas concurrieron en alianza. Los liderazgos abren brecha y van más allá, permiten apelar a mayorías. Tienen también sus límites: la Francia Insumisa del carismático político flaquea a la hora de impulsar candidaturas locales y regionales, donde carece de una tradición militante. A nuestra escala, fue algo parecido a lo que nos ocurrió en Asturies durante el ciclo Podemos. Podemos fue más allá que IU a nivel autonómico y en las grandes ciudades, así como en concejos más pequeños sin grandes tradiciones militantes de izquierdas (Tinéu, Villaviciosa, Allande, Cuideiru), pero se desinfló en las zonas con mayor tradición y cuadros de la coalición de izquierdas, como las cuencas mineras centrales y occidentales. Separados, obtuvimos los mejores resultados del Estado, pero la lógica de competencia provoca otros problemas: la desunión estratégica hizo infructuosa cualquier transformación y sólo el PSOE se benefició de ella.
“Los liderazgos abren brecha y van más allá, permiten apelar a mayorías”
Articular espacios amplios que desborden lo existente, que superen pero que también integren a las organizaciones establecidas será nuestro reto. Los proyectos políticos se van a construir con una mezcla de liderazgos carismáticos diversos, legitimados socialmente, y de organizaciones y movimientos sociales con intereses estratégicos diferentes. Se requerirá arraigo social y territorial para no caer en la hiperdependencia de las redes sociales y los medios de comunicación.
Lección 3: Un gobierno de la gente no lo es si no se articula social y políticamente
“La patria es el otro”, recuerda habitualmente la expresidenta argentina Cristina Fernández Kirchner. La patria es un constructo para canalizar afectos compartidos, establecer vínculos y solidaridades en un proyecto común, conjuntamente con ‘los otros’. Esos afectos se pueden dirigir hacia alcanzar el gobierno y, desde allí, impulsar transformaciones sociales. El gobierno sirve a la gente. En una sociedad donde reina la incertidumbre y buscamos recuperar el control, no vamos a poder hacer política sin incluir las identidades de nuestro pueblo. La soberanía política es un medio para lograr bienestar social. Un ejemplo: ¿acaso reivindicar su territorio para Soria Ya o Teruel Existe no es para ellos lo mismo que pedir servicios públicos y políticas que garanticen un futuro a su gente? Un frente amplio republicano debe ser capaz de vincularse a lo popular, de explicar por qué un gobierno puede estar de nuestro lado y por qué es útil movilizarse para ello. La patria, la identidad territorial, los gobiernos, pueden por fin jugar a nuestro favor.

Desde el gobierno, es imprescindible entender tres premisas. La primera, que la fuerza de los débiles, en palabras de Amador Fernández Savater, las alianzas amplias entre la multitud y que superan a los partidos, es la clave que impulsa los cambios sociales cuando los gobiernos (incluso los del cambio) quedan bloqueados por las llaves de judo del poder mediático-económico. Vincularse social y discursivamente a esa fuerza, fomentarla y no reprimirla, es clave para poder ir más allá. Por el contrario, desmovilizarla es un suicidio en diferido. A día de hoy, hay un sustrato de movilizaciones feministas, como se vió el pasado 8M, que tiene potencial para impulsar una transformación estructural del Estado, a quienes tenemos la obligación de reconocer y, por tanto, de coordinarnos. Debemos favorecer la constitución de esa misma fuerza en el ámbito juvenil y en el laboral.
La segunda premisa es que hay que instaurar un condicionamiento operante en la relación entre movilización y política. Después de cada gran movilización (laboral, feminista, juvenil, ciudadana), el gobierno debe poner en marcha una medida política como consecuencia de ella. Acción-reacción. Durante décadas, nuestros dirigentes nos han dicho que “salir a la calle no sirve para nada”. Es más, desde la izquierda gubernamental muchas veces se ha optado por un modelo de Rambo en las instituciones, donde nuestros hiperliderazgos solucionarían los problemas, con gran coste y sacrificio, sin necesidad de la movilización. “Yo me ocupo”. Pan para hoy y hambre para mañana.
“La escasa estructura territorial generada estos años implica menos redes de activismo y confianza”
La tercera premisa es reconocer la pérdida de arraigo social y territorial y de identificación con la ciudadanía donde ya no se siente que muchos de los representantes sean ‘gente como tú’. Eso provoca abstención electoral. La escasa estructura territorial generada estos años implica menos redes de activismo y confianza. Hay espacio social y la gente sigue activa en redes (y conectada vía SMS como inscrita), pero también menor militancia y motivación para que se ponga el cuerpo en los momentos más duros, fruto de una percepción burocratizante y de las dificultades para mostrar mejoras materiales por la inflación. Y sin embargo, la reducción de la temporalidad laboral, la subida del SMI, la creación del IMV, los avances en atención a la dependencia, educación de 0 a 3 o permisos parentales, o los ERTEs, no habrían sucedido sin Unidas Podemos. En su conjunto, la obra del gobierno es excelsa, pero insuficiente. Veamos nuestros problemas, pero también las oportunidades. El PSOE está incluso peor: sus propios votantes, aún leales, creen que gobierna más para los grandes poderes económicos que para la gente, y no son capaces de decir un hito de su gestión que les entusiasme. No es extraño que muchos de quienes votaron a Sánchez en 2018, ahora hayan votado a otros partidos en Galicia, Madrid o Castilla y León, o que prefieran a Díaz que a Sánchez. La esperanza y el horizonte son los mayores movilizadores electorales posibles.
El ejecutivo debe aprovechar este último año de mandato para afianzar un recuerdo positivo de su gestión, que perviva más allá de esta legislatura, y para que millones de personas de entre las bases de izquierdas aprendan que cuando salen a la calle, eso desemboca en cambios políticos. Eso requiere elegir bien las batallas: frente a la pelea constante en el gobierno, la priorización de unos pocos, pero centrales, ámbitos de actuación. Finalmente, con vistas a un frente amplio, se debe comenzar a construir otro modelo sociopolítico de relación entre los gobiernos y sus bases militantes.

¿Cómo se articula socialmente un gobierno de este tipo? Necesitamos menos teoría sobre el partido-movimiento y más práctica. En Asturies impulsamos algunos ejemplos de ello desde Podemos Asturies y Somos entre 2014 y 2021: relación estrecha con el movimiento sindical, feminista, juvenil o ecologista, desarrollo de proyectos comunicativos, impulso de bares, restaurantes y centros sociales, fomento de espacios en las fiestas populares, apuesta por cooperativas de energía, desarrollo de observatorios anticorrupción, espacios de formación amplios, folixa anual popular y un sistema de donaciones de cargos públicos fruto de una limitación salarial estricta que volcó casi 300.000 euros en proyectos sociales de más de 50 asociaciones. Hay que ir más allá: cooperativas de consumo para bajar los precios de la inflación, más centros sociales (las nuevas casas del pueblo), supermercados que vinculen proyectos entre productores agroecológicos y consumidores, más impulso del movimiento vecinal, un mayor liderazgo juvenil, etc… Más allá, en nuestra articulación política hay sectores sociales que no están representados ni política ni parlamentariamente, tanto de la clase trabajadora como de otros sectores excluidos. Detectarlos, impulsar su presencia directa a las instituciones y conectar lo social con lo político ampliará el frente amplio a millones de personas.

El reto es también orgánico. Si reconocemos a lo social como clave en lo político, ¿por qué hay una primacía de lo político sobre lo social? ¿Por qué las estrategias políticas están definidas en exclusiva desde quienes están en las instituciones? Un espacio sociopolítico amplio requiere entender que quien lidere (personas, organizaciones, asambleas) en lo social cada una de las áreas estratégicas debe encontrarse en un espacio compartido donde lo político-institucional sea una pata más de un proyecto común de transformación. Porque, ¿dónde están los incentivos para trabajar en la oscuridad de la construcción social si la dirección política está en otro espacio? Frente a una generación de militantes post-15M educada en que todo lo importante pasa en las instituciones (la ilusión de lo institucional), heredera a su vez de otra generación alterglobalizadora para la que lo relevante era sólo la independencia de los movimientos sociales (la ilusión de lo social), necesitamos romper esos espejismos y actuar conjuntamente en ambos ámbitos para impulsar proyectos victoriosos. Necesitamos una dirección sociopolítica ampliada para un frente amplio que pretenda ganar, un espacio de coordinación conjunto que fije objetivos y construya la transformación del país que viene.
Lección 4: Un horizonte utópico cercano más allá de los límites de la socialdemocracia
¿Y el programa de todo esto? Sobre el papel podemos poner cualquier cosa pero, una vez llegados al gobierno, ¿cuál es nuestro margen de maniobra? Cualquier proyecto transformador debe reconocer cuáles son los límites del sistema económico contemporáneo y, por tanto, de los proyectos socialdemócratas y social-liberales. Aunque la Unión Europea está impulsando una agenda reformista en lo económico, apoyando la digitalización y la transición ecológica, como reacción al empuje de China y Estados Unidos, los partidos socialdemócratas tradicionales sólo están encontrando un espacio como gestores del orden frente a los populismos. En el mejor de los casos, pueden insuflar dinero para reactivar la economía o mantener un sistema de provisión social en las crisis económicas. Cuando intentan ampliar el estado del bienestar, se les llama a capítulo. El margen es mayor que el que dicen, como está demostrando Unidas Podemos, pero menos del que nos gustaría. ¿Cómo ir más allá entonces?
Erik Olin Wright planteaba una hipótesis interesante: una alianza entre lo social y lo político para impulsar políticas públicas que, aunque en su introducción puedan ser funcionales al sistema, terminen por abrir una brecha que lo erosione. Entre esas prioridades, cita la renta básica, constituir espacios democráticos en las empresas capitalistas (por ejemplo, fomentando las empresas públicas democráticas y la participación pública en el sector industrial para frenar las deslocalizaciones, o la presencia de trabajadores en los consejos de administración), la banca pública y las cooperativas de crédito, mayor provisión estatal de bienes y servicios (como por ejemplo, la economía de los cuidados), o la producción colaborativa entre iguales (el modelo Wikipedia, o los desarrollos de conocimientos creative commons o bajo impresión 3d). También defiende que los gobiernos y partidos apoyen las experiencias cooperativistas y de economía social y solidaria desconectadas de la lógica del neoliberalismo. Erosionar el capitalismo, como un queso gruyere, fomentando desde los gobiernos los proyectos económicos alternativos desconectados de un capitalismo que es inamansable, recuerda el ex guerrillero y ahora dirigente político argentino Emilio Pérsico. Hay espacio para una nueva radicalidad que innove en el terreno económico.
“La democratización del teléfono móvil con internet ha sido el gran compañero de viaje del corrimiento tectónico de la última década”
Analicemos el mundo actual, más precario e incierto, con más problemas de salud mental, pero también mayor consumo y movilidad. ¿En qué han cambiado las bases materiales desde la transformación cultural que supuso el fenómeno de Podemos? Se ha sucedido un cambio antropológico en la infraestructura social, con la entrada de dispositivos tecnológicos personales interconectados. La democratización del teléfono móvil y del acceso a Internet ha sido, para bien y para mal, el gran compañero de viaje del corrimiento tectónico de la última década. Pero la izquierda que debe hackear el algoritmo no sabe lo que es un algoritmo. Sólo intuye sus posibilidades disruptivas. Queremos luchar contra Amazon y Globo sólo con gomeros y voladores. Estamos, como explica Shoshana Zuboff, ante un cambio sin precedentes del capitalismo. Una vez entendido el antipatriarcado, lo mismo sucede con el cambio climático y la necesidad de la transición ecológica, o con el debate de la salud mental y el tiempo de vida. ¿Cuáles son los malestares de nuestro tiempo? ¿Y las oportunidades? ¿Cómo mejorar la calidad de vida y el empleo dando un horizonte a nuestro planeta? ¿Cómo hacer visible lo que antes fue invisible?

Un programa de gobierno republicano estaba apuntado en el artículo que este mismo medio publicaba el año pasado con motivo del 85 aniversario del Frente Popular. Entender la crisis de la democracia española y las necesidades de regeneración democrática inaplazables, así como afrontar medidas ante la crisis climática y feminista y ante el capitalismo digital, controlado por las grandes tecnológicas (7 de las 10 mayores empresas del mundo). Un programa que se plasmaría en tres alianzas republicanas: una alianza por la soberanía popular y productiva que permita recuperar el control de la economía, desde la industria al sector primario, para atajar la precariedad y que expulse a los fondos de inversión especulativos de nuestro estado del bienestar; una alianza territorial, por la descentralización del Estado y la ruptura con el régimen del 78, que acuerde una distribución política y de recursos en el país que reduzca las desigualdades entre territorios; y una alianza ante la emergencia climática, que impulse un Green New Deal que asegure una transición ecológica justa y un nuevo estado del bienestar feminista, es decir, que permita que la gente de nuestro país recupere tiempo de vida al capitalismo y viva mejor. Feminismo ha de ser sinónimo de nuevos derechos laborales y de reconstrucción de nuestro Estado del bienestar para garantizar los derechos de cuidados, como la atención a dependientes mayores y menores, la reducción de la jornada laboral o la igualdad en el trabajo.
Hay un último problema táctico que resolver. Para que el frente amplio pueda crecer necesita una hipótesis razonable de victoria; es decir, cómo va a superar al PSOE en el medio plazo. Históricamente Podemos esperaba que la derechización de los socialistas iba a llevar a una gran coalición o a una contradicción ante sus votantes que dejaría espacio a su izquierda. Lo nuevo superaría a lo viejo, apoyado en la movilización popular. La crisis de Unidas Podemos tiene que ver, entre otras cosas, con el desmoronamiento de su hipótesis de victoria. Y sin ello, ¿cuál es la utilidad relativa del frente amplio ante el PSOE? ¿Qué motivo tiene la gente para votarnos? ¿Arrancar cosas al PSOE, dar batallas dentro, logros que se signifiquen con ese espacio político? ¿Luchamos por volver a ser socios minoritarios de un PSOE con el que nos peleamos constantemente, pero aspiramos a reeditar nuestra coalición?
Atrevernos a soñar y a dibujar utopías es central para poder caminar, pero también para ilusionar a las nuevas generaciones de activistas que no vivieron el 15M. Sin jóvenes, no hay frente amplio. Nuestro mejor mundo posible no puede ser únicamente defender la sociedad desigual y precaria que heredamos. Debemos de ser capaces de mirar a la extrema derecha a la ofensiva: desde la óptica de ganar derechos, no del miedo a perder lo que tenemos. La República en este contexto es la condición de posibilidad para recuperar la institucionalidad democrática, no tanto como significante más o menos vacío sino planteando un objetivo político de reforma constitucional que permita hacer posible las demandas de esas tres grandes alianzas. Salir de la depresión y abrir una nueva fase para construir otro futuro es posible. Hagámoslo.