El amor por la ciudad no es pensar que la ciudad solo se gestiona con amor o que el amor todo lo puede. El amor a veces solo puede regular.
El amor por la ciudad es como el amor por una persona. Mirarla tratando de entenderla, no ponerte por encima de ella, no asumir una posición de poder y tratar de no asumir una posición de sumisión; quererla, aunque no sea la más guapa, la más alta, la más lista: es mirarla del modo you ain’t a beauty, but, hey, you’re alright. Oh, and that’s alright with me.
El amor por la ciudad es como el amor por una persona: adorar sus virtudes, tratar de entender sus defectos y superar las dificultades, las intrínsecas a la relación y las que están fuera, en común.
Es crecer compartiendo, manteniendo la habitación propia para volver a los otros brazos mejor.

El amor por la ciudad no se traduce en ese lenguaje nuevo y ampuloso, “edificios singulares”, “edificios que dialogan”. Ni se traduce en a ver quién tiene la torre más alta ni en modificar la fisonomía. ¡Pero si la fisonomía que tiene es la que queremos, por eso la queremos, oh, and that’s alright with me!
De vez en cuando, a la fisonomía hay que ponerle maquillaje, como al rostro para ocultar algún defectillo, porque estamos cansadas y nos vemos mejor con una barra de labios. Pero yo quiero mi fisonomía, la de la ciudad que quiero, porque la quiero porque en la Tenderina hay chalés y un poco más allá una chimenea. ¿Es esto poco “singular”? ¿Se puede decidir desde un despacho en Madrid? ¿Se puede querer a la ciudad desde un despacho en Madrid?

El amor a la ciudad es querer conocer de dónde viene y gritar, como los cronopios, “la hermosísima ciudad”, cuando aparecen restos y las personas expertas los desentierran, los limpian con un pincel o con sus manos, los depositan con cuidado y nos los explican: aquí, un asentamiento; aquí, algo de un rey; aquí, algo que parece una pulsera o una cuchara o un espejo tosco.
El amor por la ciudad es preocuparse por sus habitantes, siempre comenzando por quien es más débil, por quien más sufre, por quien menos tiene. ¡Mil viviendas, singulares, exclusivas! También con algún tipo de protección, lo que dicta la norma, pero ¿se protege luego a quienes las habitan? Porque la protección no es para un ratito, como tampoco se protege solo un poco a la persona amada y luego se la deja ahí.