Desde el inicio de la pandemia del Covid-19, muchas personas se empezaron a dar cuenta que la vida cotidiana cambiaría, pero no se sabía hasta dónde. Aun así, se seguía deseando que lo que estaba sucediendo fuese durante un período corto de tiempo, algo pasajero, y se soñaba con que pronto regresaríamos a nuestra vida anterior. Pero lo que ha empezado ya no tiene vuelta atrás. No es algo novedoso. En la década de los 70 ya era algo expresado en los debates políticos y sindicales, en relación con la búsqueda de energías limpias alternativas y el abandono progresivo de las energías fósiles.
Toda la información que habíamos recibido, anteriormente, de cambio climático y emergencia climática nos hablaba de las interacciones e interdependencia de la tierra, con el mundo animal -humano y no humano-, de sus posibilidades, pero también de sus limitaciones y peligros. Pero la dinámica de una malentendida supervivencia nos alejó de la consciencia y del compromiso con nuestro planeta que interconexiona a todos los seres vivos. El placer de un falso bienestar democrático sin límites nos cerró los ojos y nos hizo más individualistas. Primero yo y después yo. La perspectiva solidaria y comunitaria, redistributiva, se fue alejando de la vivencia cotidiana de muchas personas. El acercamiento de la cruda realidad, a través de los medios de comunicación, nos hizo más insensibles al dolor de otras personas y pueblos.
Tenemos que entender que lo que hemos vivido, tal y como fue, ya no lo volveremos a vivir nunca más. Las condiciones climáticas, medioambientales y socioeconómicas serán diferentes y tendremos que adaptarnos y modificar nuestras costumbres, consumos, formas de vida y espacios de residencia y convivencia para poder vivir todxs con dignidad y bienestar, desde una perspectiva que algunas personas denominan decrecimiento. Algunas tendencias político-empresariales aún siguen dirigiendo sus acciones hacia el consumo infinito insostenible, llevando al planeta al límite de sus posibilidades porque los bienes y las materias son cada vez más escasas. Y, en los últimos años, han aumentado el número de personas y mensajes negacionistas frente al despertar de la conciencia ante la inevitable realidad de la emergencia climática y todo lo que supone en relación con los derechos humanos. La escasez de recursos favorecerá el control de quienes tienen más poder. Uno de los datos actuales que nos da información hacia dónde se dirige el futuro es dónde está invirtiendo el poder económico. Y así vemos que todo lo que tiene que ver con la alimentación es uno de los puntos de mayor interés.
“La escasez de recursos favorecerá el control de quienes tienen más poder”
Desde un punto de vista positivo, estos años covid nos han posibilitado avanzar en algunos temas de una manera vertiginosa (investigación científica, valoración de los servicios públicos sanitarios y educativos, inversión en energías renovables, economía circular, mayor conciencia de una parte de la ciudadanía sobre la necesidad de un cambio personal y comunitaria, el teletrabajo y la vuelta al mundo rural de una población, etcétera).

Todo ello no significa que la tendencia “salvadora” del planeta de las empresas busquen el interés común. Por lo que, empezamos a ver cómo los nuevos proyectos empresariales centran su interés en su propio beneficio y no en el interés general. Un ejemplo de ello es la energía eólica. Podemos observar cómo el beneficio empresarial pretende estar por encima de los derechos de las comunidades locales y de los entornos protegidos.
Siendo conscientes de todo esto, nuestro centro de interés prioritario debe ser prepararnos para los cambios que nos traerá la emergencia climática en nuestras ciudades y que debe tener una visión global de todos los espacios (rural y urbano), de todos los ámbitos (laboral, económico, justicia, seguridad social,…) y para todas las personas residentes, sin distinciones de ningún tipo.
“La extrema derecha está intentando dividirnos entre los nacionales y las personas migrantes”
La extrema derecha está intentando dividirnos entre los nacionales y las personas migrantes, pero las cuentas nos hablan de otra realidad: ¿quiénes trabajan nuestros campos? ¿quiénes cuidan a nuestras personas mayores? ¿quiénes realizan los trabajos más duros? ¿quiénes trabajan en hostelería, en restauración, etcétera? ¿quiénes cuidan de nuestra salud? Si tienes los ojos y la mente cerrada no puedes ver que la vieja Europa necesita de mano de obra de otros países y estás negando la realidad. No hay trabajadoras ni trabajadores autóctonos para realizar trabajos cualificados y no cualificados. Muchas y muchos jóvenes se han ido a otros países a trabajar. Abramos los ojos y todos nuestros sentidos en las calles, en nuestras casas, en nuestros barrios y veremos la realidad. Ser inmigrante no es ser delincuente. No se puede criminalizar la migración. Mi familia migró a Argentina y Cuba. ¿Eran delincuentes? No. Iban buscando una vida mejor para la familia. No somos mejores ni diferentes a quienes llegan a España buscando una alternativa a una realidad empobrecida económicamente y, cada vez, con mayores limitaciones para la vida por razones medio ambientales o de justicia, entre otras.

Todas las personas somos necesarias para preparar nuestras ciudades, nuestras aldeas, para una emergencia climática con implicaciones sociales (redistribución de la riqueza y del trabajo con una perspectiva inclusiva e integradora). A continuación, indicaré algunos de los elementos que me parecen más importantes, sobre los que podemos y debemos debatir: la opción prioritaria con el refuerzo del sistema público de salud frente al aumento de pandemias, contaminaciones, estilos de vida y consumo y, especialmente, la salud mental con el incremento de suicidios y autolesiones (sustancialmente durante la adolescencia y juventud); el refuerzo con recursos humanos del sistema público educativo para formar con calidad (bajada de ratios) a nuestras y nuestros jóvenes en valores, como personas y profesionales; la atención a nuestras vecinas y vecinos con mayores dificultades con una perspectiva inclusiva y centrada en la persona, dando respuesta especialmente a las personas mayores y dependientes a la soledad, a las alternativas habitacionales (intergeneracionales, comunitarias, cohousing); políticas sociales redistributivas basadas en los derechos humanos para todas las personas sin distinciones; una justicia accesible para todas las personas, antipatriarcal y que frene las distintas violencias.
Lo medio ambiental está en íntima conexión con lo socioeconómico. Todo está unido y entrelazado, en red. Una visión empresarial respetuosa y justa con el medio ambiente y con los derechos laborales de sus trabajadoras y trabajadores defiende un proyecto de convivencia con visión de futuro. Pero no podemos exprimir más los recursos naturales para un mayor crecimiento económico. Hay que mirar más allá del corto plazo. Nuestra mirada tiene que ser más larga y tiene que cuidar a todos los seres vivos porque si se toca a una parte del ecosistema nuestro futuro es más débil. Si un engranaje pierde una de sus piezas se puede hacer un apaño, pero es más frágil. Cuando ya se hayan perdido muchas piezas, ya no será el mismo engranaje y todo habrá cambiado. ¿Quién y cómo se sobrevivirá al cambio? Tenemos que prepararnos mirando hacia abajo y a todos los lados, para que lo que hagamos no deje a nadie detrás y sea lo más humano y vivible posible.