“Cuidao, que viene una muy gorda”. Anita Sirgo, toda una vida en la lucha, no está ya para muchos trotes, pero tiene claro que el 23 de julio España se juega mucho. Este martes lo quiso dejar claro en el multitudinario homenaje que vecinos y compañeros le rindieron en su barrio, Lada, Llangréu, con motivo de la inauguración de una placa que rebautiza con su nombre y apellido el centro social de esta localidad obrera situada a orillas del maltratado río Nalón.
Nacida en 1930 en El Campurru de Lada, en una familia de mineros comunistas, Sirgo conoció desde niña la escasez, el hambre, la muerte y la represión. Pasó el final de la guerra entre Barcelona y Llanes, antes de regresar con su madre a la cuenca del Nalón, donde llevaba comida y abrigo a los guerrilleros antifranquistas que sobrevivían en los montes asturianos. Su padre, miliciano en la Guerra Civil, fue uno de tantos antifascistas que tuvo que echarse al monte para sobrevivir tras derrota de la República. Nunca volverá. Se cree que en el Oriente asturiano en torno a 1947. Nadie lo sabe certeza. El cuerpo está en alguna fosa común, en paradero desconocido. “Yo voy a todos los monolitos de memoria histórica que hay, porque mi padre puede estar debajo de cualquiera de ellos. Tengo ido hasta a Santander y a Bilbao. ¿Quién sabe?” confesaba hace algún tiempo al periodista Pablo Batalla en una de sus entrevistas biográficas.

Anita, que no pudo ir a la escuela, y tuvo que ganarse la vida desde cría, limpiando y sirviendo como su madre, no estrenaría hasta los 17 años sus primeros zapatos. Madreñes y apalgartas serían el único calzado que conocería hasta casi la mayoría de edad. En 1950, con 20 años, se casa con un minero comunista, en una ceremonia, boda y banquete rigurosamente vigilados por la Guardia Civil, dado el carácter de desafectos al Régimen tanto de los novios como de la familia y la mayoría de invitados.
“No estrenaría hasta los 17 años sus primeros zapatos”
En 1962, junto a otras mujeres comunistas, Sirgo participa activamente en la gran huelga que arranca en los pozos mineros, se propaga a las fábricas y termina contagiándose desde las cuencas mineras asturianas a toda España. Las mujeres son claves en la extensión del conflicto, en las tareas de información, apoyo, recogida de fondos de solidaridad, y hostigamiento a los esquiroles, a los que echan maíz para llamar “gallinas”, “pites”.

Detenida y torturada junto a su marido y otros compañeros en 1963, los golpes de la policía la dejan sorda de un oído. Además es rapada y encarcelada en la prisión provincial de Oviedo/Uviéu, hecho que motiva un manifiesto de 101 intelectuales españoles contra la represión, entre ellos el poeta Vicente Aleixandre y Pedro Laín Entralgo, antiguo falangista y procurador en Cortes.

Siempre en la brecha, Sirgo está en el primer encierro en la Catedral de Oviedo, y mantiene una participación muy activa en la solidaridad con los presos políticos y la lucha contra los despidos y destierros a los trabajadores represaliados por las huelgas de 1962 y 1963.
Comisiones Obreras practica una táctica de trabajo muy en la superficie, utilizando las estructuras del sindicalismo franquista para practicar un sindicalismo democrático y de clase. Resulta eficaz y da frutos, pero conlleva un gran riesgo para sus militantes más señalados. En la Casa Sindical de Sama una concentración acaba con un fuerte despliegue policial para disolverla. Anita se lía a taconazos con los policías antes de huir para no ser detenida. Buscada por la policía, cual cenicienta, ya que los agentes tienen su zapato, huye a Francia. Exiliada en París, vive como clandestina con una identidad falsa, y aprende a leer y escribir con una camarada del PCE.

La Transición y legalización del partido se va a solapar con la prematura muerte de su marido. La euforia de la apertura de las sedes, y las primeras fiestas y mítines del PCE con la posterior crisis y el gran batacazo de 1982. Intuitiva, fiel a sus ideas y siglas, Sirgo ha seguido militando hasta hoy. Participando en manifestaciones sindicales y feministas, en actos del movimiento memorialístico y en todas las campañas electorales. Esta martes, rodeada de los suyos, del coordinador de IU, al alcalde de Langréu, los secretarios de CCOO de Asturies y del Nalón, de la consejera de Derechos Sociales y de la socialista centenaria Ángeles Flórez “Maricuela”, Anita ha cargado contra el peligro del regreso del fascismo. No quiere terminar sus días volviendo a ver a España otra vez en manos de los mismos que destruyeron su infancia. Sabe que no le queda mucho y ya tiene su despedida planificada: que el entierro sea una manifestación encabezada por alguna pancarta reivindicativa. Deja dinero para la espicha posterior. Para que la familia y los compañeros coman y beban a la salud de una luchadora infatigable de la clase obrera asturiana.