Mi nombre es Palestina y sobreviviré

Tengo nombre de mujer y me tiemblan las entrañas con cada niña o mujer que vierte sobre mi piel sangre de dolor, lágrimas de rabia y gritos de rebeldía

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Paco Álvarez
Paco Álvarez
Periodista, escritor y traductor lliterariu d'italianu. Ye autor de les noveles "Lluvia d'agostu" (Hoja de Lata, 2016) y "Los xardinos de la lluna" (Trabe, 2020), coles que ganó en dos ocasiones el Premiu Xosefa Xovellanos.

Me llamo Palestina. No eludas mi nombre llamándome impersonalmente “territorios ocupados”, ni me robes una parte de mi ser refiriéndote genéricamente a Gaza o a Cisjordania como si esos dos territorios no fueran parte de la misma tierra, hijas de la misma madre.

Soy Palestina. Tengo nombre de mujer, y quizás por eso me tiemblan las entrañas con cada niña o mujer que vierte sobre mi piel árida (mi arena, mi tierra quemada, mi suelo devastado por la ocupación) sangre de dolor, lágrimas de rabia y gritos de rebeldía en cada ocasión en que el ejército sionista envía sus sofisticados cazas de combate, sus modernos carros de combate, sus poderosas excavadoras de demolición y sus implacables francotiradores para exterminar a mi gente y para ‘invitar’ a los supervivientes a que se vayan de su tierra, de mis tierras. El Estado de Israel ha ido devorando la mayor parte de mi territorio desde que en 1948, en lo que mi gente llamó la Nakba (la catástrofe, el desastre), entró a sangre y fuego en la histórica Palestina e inició una limpieza étnica expulsando de sus casas a la población árabe y masacrando a tiro limpio a una multitud de civiles.

Buena parte del mundo miró para otro lado entonces y, justo tres cuartos de siglo después, buena parte del mundo sigue con la mirada torcida para no contemplar las atrocidades que sigue perpetrando ese ejército de ocupación que pretende tatuar sobre toda mi piel su estrella de David: el robo de tierras a la población árabe para crear asentamientos de colonos israelíes, el arbitrario encarcelamiento de palestinas y palestinos, las torturas, los asesinatos de árabes a manos de colonos a los que suele absolver la ¿Justicia? del Estado ocupante, el ejército israelí matando a balazos de fusil a niños palestinos que les lanzan piedras, la destrucción de viviendas de familias palestinas, las sistemáticas vejaciones en los puestos de control: un régimen del apartheid equiparable al de los tiempos de la Sudáfrica gobernada por los supremacistas blancos, según Amnistía Internacional.

Me llamo Palestina. Nunca olvidaré lo que soy y nunca renunciaré a mi nombre, aunque el invasor envíe sobre mí, con la bendición de Estados Unidos y de sus mezquinos e hipócritas aliados políticos (los que ahora iluminan con la bandera de Israel la Torre Eiffel en París, el Empire State en Nueva York o la sede de la Comunidad de Madrid pero que nunca han tenido recuerdo alguno para las víctimas civiles del pueblo palestino), a esos 300.000 militares reservistas armados hasta los dientes que están deseando violar, una vez más, mi territorio. Resistiré con un arma, quizás la única, que no está al alcance de estos poderosísimos verdugos: el aliento de mi gente y la solidaridad internacional, que es la ternura entre los pueblos.

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