EEUU sigue siendo, tal vez no el centro económico del planeta, pero sí el centro cultural mundial, tanto para lo bueno como para lo malo, y lo que ocurre allí tiene efectos simbólicos por todo el mundo. El racismo ha existido a lo largo de toda su historia, pero el actual gobierno de Trump encapsula y simboliza absolutamente todo lo que no soportamos ni un día más: el capitalismo salvaje, fascista y patriarcal, la violencia, la destrucción del planeta y la actitud de “a ver quién la tiene más larga”. El racismo es una estructura muy compleja y a la vez es, sencillamente, la base sobre la que reposa todo eso.
Quiero creer que este no es solo un momento clave en la historia de EEUU, sino que puede ser el comienzo de una revolución mundial. Una revolución iniciada y liderada por la población afroamericana y el movimiento Black Lives Matter que grita YA BASTA, NO PUEDO RESPIRAR. Una revolución que solo es posible si parte de una lucha real contra el racismo – el racismo en todas sus formas, en las que el privilegio blanco, el neocolonialismo o la brutalidad policial y otros tipos de violencia contra los cuerpos negros son solo grandes ejemplos entre muchísimos otros.

El covid-19 nos ha colocado como individuos en un nuevo lugar a escala global, evidenciando aún más lo insoportable y ridícula que es toda esta gran maquinaria. La muerte y la pobreza en el centro de los debates mediáticos han servido para esparcir miedo, con el fin de bloquearnos y controlarnos aún más. En EEUU han sido precisamente las comunidades afroamericanas y latinas las más golpeadas por esta situación.
Desde mi posición privilegiada, sin embargo, el Covid me ha permitido escuchar pájaros que ni siquiera sabía que existían, mirar hacia dentro, respirar aire limpio y entender que sin ayuda mutua y solidaridad no sobrevivimos. Pensé que muchas personas se sentían como yo, entendiendo este momento como una oportunidad única de cambiar las cosas. Pero ahora nos “desconfinamos” y salimos a una “nueva normalidad” que no tiene muy buena pinta. Controles policiales, distancia de seguridad y mascarillas en nombre del bien común, actitudes y discursos fascistas que se aceptan poco a poco como algo habitual, cifras de paro, pobreza o exclusión social que esconden la cruda realidad de millones de personas y familias y que parecen aumentar por minutos. Al mismo tiempo, las ganas de juntarnos y olvidarnos de lo malo hacen que en muchas situaciones ya nos parezca que todo sigue igual. Siento cómo la sensación de oportunidad va desapareciendo. Igual no tenemos remedio.

Me agarro a la fuerza y la expansión de las movilizaciones antirracistas porque están demostrando que hay rabia, energía y unión, que las cosas tienen que cambiar. La gente se está empoderando y asumiendo que poner en riesgo sus vidas merece la pena por defender sus derechos y no, como Trump pretendió, para que la maquina siga girando. Están en juego valores fundamentales. El presente del día a día importa más que nunca y nuestros actos hoy definirán el rumbo de este nuevo siglo. Tenemos que entender lo que implica esa responsabilidad porque, aunque esa posibilidad de ejercer el poder siempre existe, ahora se ha vuelto más evidente. No podemos desaprovecharlo.
El planeta ha gritado. Ahora es la gente la que está gritando.
El combate en primera línea en las calles es tan importante como los cambios personales, la reflexión critica, los cuidados, deconstruir patrones mentales o hacer un consumo responsable. Hay muchos medios para trabajarse y luchar en común. No basta con creernos antiracistas ni mentirnos creyendo que apoyamos la causa cuando en realidad no estamos haciendo nada por ella. Las personas blancas debemos cuestionarnos constantemente, reflexionar en torno a las formas en que perpetuamos el racismo, estar alerta y reaccionar cada vez que nos lo encontramos. Quizás podemos empezar por lo más cercano, por acercarnos a la realidad de la mujer latinoamericana que cuida de la abuela o de los niños, la del subsahariano que limpia las calles que pisamos, o la de la mujer gitana a la que compramos en el mercado – por nombrar únicamente unas pocas situaciones típicamente españolas. Quizás podemos colaborar con los colectivos locales, apoyarles y respaldar su lucha. Quizás podemos utilizar nuestros conocimientos o aptitudes para entender las maneras en las que opera el racismo en el país en el que vivimos, difundir injusticias, trabajar con herramientas de resistencia. O quizás podemos interesarnos en profundidad por la historia de la cultura negra mundial que tanto imitamos y disfrutamos pero de la que sabemos muy poco, escuchar sus voces, entender su lucha y sus símbolos o los de tantos otros pueblos que siguen estando oprimidos.

Tenemos que reapropiarnos de este aire contaminado que nos pertenece. Tenemos que limpiarlo para que se pueda respirar. Tenemos que aprender a respirar. Y más importante aún, tenemos que dejar que los demás y las demás puedan respirar.