Banalizar el mal, normalizar el horror

La banalización de las atrocidades del estado de Israel contribuye a que Palestina sufra una de las mayores masacres.

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Miguel San Miguel
Miguel San Miguel
Es profesor jubilado y miembro del Comité de Solidaridad con la Causa Árabe.

Hace algunas semanas, en una concentración en Madrid para honrar a la División Azul, una unidad militar que luchó a favor del nazismo, se lanzaron proclamas antijudías. Una acción impensable en países con democracia plena, donde habría sido motivo de delito.

El antijudaísmo no es de ahora, viene de muy lejos; en los libros sagrados se calificaba a los judíos de deicidas. Por lo que se ve, los escritores de estos textos sagrados no habían llegado todavía al pensamiento cartesiano de ideas claras y distintas y aplicaban ese estigma a todos los judíos por igual. Y aquí viene la pregunta obligada: ¿Es que María, la madre de Jesús de Nazaret, no era acaso una mujer judía? ¿Tampoco lo era su marido José y hasta el mismo Jesús?

Esta judeofobia se fue transmitiendo, en el tiempo, con calificativos peyorativos, y cíclicamente se materializaba en pogromos y persecuciones contra esta minoría haciéndola responsables de las calamidades que asolaban a las naciones: epidemias, hambrunas, etcétera.

Todo ello tuvo como consecuencia que a lo largo de la Edad Media sufrieron sucesivas limpiezas étnicas, empezando por Inglaterra en el siglo XIII, después en las Españas de los Reyes Católicos. A ello siguió un acoso contra los judeoconversos por parte del ¿Santo? Oficio de la Inquisición, que condenó a miles de ellos a la hoguera bajo la acusación de apostasía.

Pero lo más terrible estaba por llegar en la Segunda Guerra Mundial, cuando en 1942 el régimen nazi decretó la Solución Final, que acabó con el exterminio de seis millones de judíos. Aunque en la España de Franco no se los persiguió (su número era insignificante), el antijudaísmo formaba parte de la ideología del régimen: no había alocución del Caudillo donde no mencionara la conspiración judeomasónica. Y en la revista Águilas, uno de los órganos de Falange, se decía textualmente: “Contra los judíos, una sola respuesta: la muerte”. Un antijudaísmo que incluso se inculcaba en las escuelas con el conocido ruego a la Virgen María, en el Mes de las Flores: “Líbranos, madre querida, del marxismo, la masonería y el judaísmo”.

A la vista de la mencionada concentración pronazi y antijudía, está claro que los huevos de la serpiente del antijudaísmo siguen todavía incubándose en nuestros lares. En respuesta al mencionado acto pronazi y antijudío de Madrid, el estado de Israel elevó una airada protesta ante las autoridades españolas. Esta protesta no deja de llamar la atención a la vista del comportamiento hipócrita y paradójico de ese estado con los palestinos, pues mientras afirman llorar y honrar a las víctimas del Holocausto y de anteriores persecuciones están llevando el horror al pueblo palestino. ¿Cómo se come eso? En el caso que nos ocupa es muy ilustrativo el “eixemplo” del Libro del Buen Amor: “Furtaba la raposa a su vecino el gallo, veíalo el lobo mandábale dejallo… Lo que el más facía a otros denostaba”.

Pero aquí conviene, para no hacer demagogia, recurrir al pensamiento cartesiano de ideas claras y distintas, y no generalizar ni responsabilizar de estas maldades a todos, porque una cosa es ser judío y otra es ser sionista. En este sentido, el sionismo es un maestro en el arte de la confusión y de la perversión del lenguaje al identificar judío con sionista. No todos los judíos son sionistas, al igual que no todos los españoles eran franquistas, tal como pretendía hacer creer la propaganda del régimen. No se puede equiparar, tanto a nivel cuantitativo como cualitativo, los horrores del nazismo con lo que está cometiendo el sionismo en Palestina, aunque es evidente que tiene muchas similitudes.

El sionismo nació a finales del XIX con el proyecto de construir un estado judío en la Palestina histórica, con el argumento de que es un territorio que les pertenece por mandato divino. Lo curioso es que no se aprecia la firma de Yahvé en registro alguno de la propiedad.

Para ello desde antes de 1948, recurriendo al terrorismo contra palestinos y también contra las fuerzas británicas de ocupación (con el atentado en el hotel Rey David en Jerusalén que provocó noventa muertos), expulsaron de sus tierras a cientos de miles de palestinos en lo que fue definido como la Nakba, el desastre. Desde entonces, amparándose en su poderoso arsenal militar, les han arrebatado el 90% de las tierras palestinas, sus aguas y viviendas, llevando a cabo una sistemática limpieza étnica, por lo que cientos de miles de palestinos, ante el acoso militar, obligados a abandonar lo suyo, tuvieron que exiliarse para malvivir, en penosas condiciones, en campamentos de refugiados en otros territorios.

La población que resiste en su tierra vive en enclaves aislados unos de otros, donde es imposible el desarrollo de las actividades económicas y los servicios. Y lo peor de todo es que el Ejército israelí sistemáticamente descarga sobre ella su arsenal militar para perpetrar asesinatos selectivos o masivos, con la estrategia de expulsarla por completo para apropiarse de las tierras y propiedades que todavía mantiene.

El victimismo del Holocausto, un hecho que también han patrimonializado (ignorando al resto de las víctimas de la barbarie nazi, entre ellas miles de españoles), lo están utilizando como arma para llevar a cabo una política de agresión contra los palestinos y también contra el resto de países árabes; un arma que convierten en escudo para acusar de antisemitas a quienes critican y condenan sus desmanes. Un término, semitismo, que también pretenden patrimonializar, excluyendo a los palestinos y al resto de los árabes, que también son pueblos semitas.

Recientemente han lanzado la misma acusación incluso contra la Corte Penal Internacional por pretender encausarlos por los crímenes cometidos sobre todo en Gaza y los territorios ocupados. Instalados en la impunidad, hacen caso omiso de la condena del alto tribunal internacional de Justicia por la construcción ilegal del muro del apartheid e igualmente de las resoluciones 194 de la ONU de 1948, que reclamaba el derecho al retorno de los refugiados, y 242 de 1967, que exigía la retirada israelí de los territorios ocupados. Unas resoluciones que Estados Unidos impide que tengan fuerza mayor, al bloquearlas con su veto sistemático en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Lo peor de todo es que el sionismo israelí en vez de haber aprendido y escarmentado de los crímenes sufridos por sus congéneres a lo largo de la Historia viene cometiendo atropellos similares que recuerdan mucho sus padecimientos en el pasado. Ante esta situación, cada vez abundan más los judíos que no se identifican con el sionismo, que alzan su voz de condena y manifiestan no sentirse representados por el estado de Israel, un estado que está practicando el racismo, la violencia y la rapiña, que ha convertido la guerra en su modo de ser y que por medio de sus asesores y empresas de seguridad apoya a los regímenes más autoritarios involucrándose en procesos de desestabilización en función de sus intereses geopolíticos y estratégicos.

Cada vez son más los judíos que no se consideran sionistas. Basta citar al colectivo de judíos norteamericanos Naturei Karta, a la IJAN (red judía antisionista), a intelectuales y personalidades de origen judío como Noam Chomsky, Finkelstein, Bernie Sanders, Ilan Pappe o el director de orquesta y compositor Daniel Baremboin, así como otros muchos que no quieren vivir en Israel y apoyan los derechos históricos del pueblo palestino y las medidas de presión contra Israel.

La banalización del mal y la normalización del nazismo acabó con el exterminio de millones de judíos y de cientos de miles de personas que eran y pensaban diferente, pero también la normalización del estado de Israel y la banalización de sus atrocidades están contribuyendo a que Palestina, y por extensión todo Oriente Próximo, esté sufriendo una de las mayores masacres conocidas.

Por todo ello, desde los colectivos que apostamos por la defensa de los derechos humanos, el derecho a la paz y a la independencia de los pueblos nos posicionamos contra el nazismo y su peligrosa apología y también contra el sionismo; sin olvidar otros hechos, como la ocupación del Sáhara por parte de Marruecos o las políticas agresivas de las teocracias que bombardean a la población civil de Yemen y alimentan el integrismo.

Ante la banalización del mal y la normalización del horror no cabe escudarse en la indiferencia. En el caso de Palestina uno de los medios de presión pacíficos que se están empleando es la campaña internacional BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) contra Israel, hasta que deje de acosar, rapiñar y maltratar a este pueblo y acate la legalidad internacional.

Permanecer indiferentes ante el dolor y la injusticia es convertirnos en cómplices.

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