Es obvio que entre las preocupaciones de los gobiernos europeos y de otras latitudes del mundo, así como de los medios de comunicación dominantes, no está la de informar sobre lo que pasa entre Marruecos y el Frente Polisario. Tampoco de las causas que provocan este conflicto, derivado de una mala descolonización por parte de España y de la ambición territorial de Marruecos, que ha hecho del asunto saharaui la manera de desviar la atención de una sociedad con enormes problemas de desempleo, pobreza extrema, emigración juvenil y falta de libertades.
Marruecos es hoy un Estado parapolicial donde cualquier foco de protesta es violentamente reprimido, y en el que la inmensa mayoría de fuerzas políticas giran en torno a los intereses de una monarquía despótica, cruel y sanguinaria. Se ha cumplido ya un año desde que el ejército marroquí atacara a civiles saharauis en la zona del Guerguerat cuando trataban de impedir el paso de camiones con destino a Mauritania cargados de mercancías esquilmadas en el territorio ocupado del Sáhara Occidental. Más allá de este incidente, la inoperatividad de la Misión de Naciones Unidas (MINURSO) allí desplazadas, es una evidencia que contribuyó a que lo que pasó en Guerguerat se convirtiera en la chispa del inicio de un nuevo conflicto que, pese a su baja intensidad, debería ser una preocupación para los países que venden armas a Marruecos mientras dicen defender la paz. Se han cumplido 30 años desde que las dos partes en conflicto firmaran aquel “Plan de Paz” en el que se recogían las condiciones para la celebración de un referéndum de autodeterminación. Un plan que Marruecos ha boicoteado sistemáticamente con la connivencia de la comunidad internacional. En el caso de la UE por intereses económicos, haciéndolos primar sobre los Derechos Humanos de los que tanto cacarea.
“la única solución justa sigue siendo aplicar las resoluciones de Naciones Unidas”
La única solución justa sigue siendo aplicar las resoluciones de Naciones Unidas y del Tribunal de Justicia de La Haya y finiquitar un problema del que nuestro país no puede ser ajeno, toda vez que sigue siendo reconocido por la ONU como potencia administradora. Mientras, la guerra de liberación contra la colonización marroquí ha vuelto a estallar. Una guerra sin duda de baja intensidad, pero que no por ello deja de ser preocupante, toda vez que Francia, Israel y nuestro propio país siguen vendiendo armas a Marruecos. ¿Cuántos muertos ha de costar este conflicto para que reaccionemos con justicia y pongamos fin a la tropelía que sufre desde hace seis décadas el pueblo saharaui, o mejor dicho, nuestros hermanos saharauis?