Cuando Joe Crepúsculo comenzó a publicar discos, ya era una anomalía en la industria musical española, que se había escorado hacia un indie blando, chicloso, romántico y tóxico. Pero en la Rockdeluxe del 2015 alguien había escuchado “Música para adultos” y “Mi fábrica de baile”, incluyendo alguna de ellas después, en uno de sus cd´s recopilatorios. En Gijón montó una zambra en la Plaza Mayor, con toda la electrónica metida en su cabeza, que hizo de la hora del vermú una rave luminosa, alegre y etílica que todavía se recuerda hoy. Y con ese recuerdo y casi esa leyenda, Crepúsculo llegó el jueves a la sala Tribeca dispuesto a presentar su último disco, “Trovador Tecno”, junto al compositor de brillantes bandas sonoras, el norteamericano Aaron Rux.
Crepúsculo, a pesar de su voluntariosa y adorable estética quincallera en las fotos promocionales, tiene un alma fina y sentimental, intuitiva y enterada. Mantiene esa vocación de artista adelantado, de una madurez acertada y extravagante, embarnecida de una filosofía hedonista, material y colectiva, que lo aparta del gregarismo musical de la gran industria. Lo suyo va por otro camino, otra carretera. El artista adolescente, a la manera de Heidegger, tiende a comportarse como un ser de lejanías, dispuesto a ver horizontes lejanos desde la distancia, con un sentido arrogante ante la realidad. A diferencia de este, Crepúsculo ve aquello que los demás tienen alrededor y no perciben. La originalidad de Crepúsculo, como lo fue hace muchos años de Pedro Almodovar, es haber descubierto lo que está ahí, a la vista de todo el mundo y hacerse preguntas sin pudor.
“Mantiene esa vocación de artista adelantado, de una madurez acertada y extravagante”
La petulancia de los indie se contrapone aquí a la crónica musical de sus amigos, sus costumbres, su vida, sus sentimientos, con una música hecha en casa, perversa, existencial y doméstica, casi compuesta encima de la lavadora. Crepúsculo va ampliando su campo, su lente, logrando que sus discos sean un bestiario de personajes, de chonis y makineros convertidos en heraldos negros de la noche, todos actualísimos y anticipados, ensimismados en su tragedia, adheridos a un tiempo distinto del que marcan los relojes.
La suya es una España llena de apuntes camp, sonámbula y tierna, es la España de las piscinas en temas como “Pisciburger” o el paraíso de “Tecnocasa”, también la de discotecas en las que José House purga su corazón, haciendo de la anfetamina un paraíso artificial esperpéntico y divino, y de la tragedia un fango cálido y lúbrico sobre el que siempre se resbalan nuestros sentimientos. Crepúsculo es rebeldía pop, un pop español de sintetizador y efectos especiales que logran impregnarse, entre cubata y cubata, en los recuerdos de nuestra vida.

Ahora que vuelve a ser tendencia la moda del 2000, Crepúsculo está más actual que nunca. Hace canciones para un personal enfermo y desconfinado, paranoico y desquiciado que hace con el tecno, el acid o la mákina una radiografía de nuestra propia ansiedad, con la particularidad de que a él no le ha tocado un tiempo pletórico, sino otro pobre y pandémico. No es casual que abriera el concierto con un tema como “Paranoia”, que ya nos dice que todo sale mal en cuanto uno sale de casa. La fiesta se ha quedado en nuestra cabeza. Feliz cumpleaños, chaval.
“Trovador tecno” quiere ser un nuevo mester de juglaría tecno, pero a Crepúsculo le ha salido un disco introspectivo, en el que habla más de sí mismo que de ningún otro. Es un disco dramático, terriblemente honesto, que observa la realidad como un laberinto en perpetuo cambio, donde la constante que permanece en la ecuación es el yo y, a veces, algunas noches, ese yo es otro, ay. Como dice “En carreteras de pasión”, hay otro que maneja el volante del camión, ¿Quién eres tu, qué haces aquí?. En Tecnocasa, la movida se ha quedado en nuestras cuatro paredes. Todo está contado con un poso de cotidianidad, luz de discoteca, latex y purpurina, ahondando en los estados de una mente post-pandemica que nos permite bailar, pero nos impide moverse y comunicar. Entre tanta gente bailando, saltando, bebiendo y sudando, todo es perentorio, menos la soledad.
Pensar el tiempo es uno de los temazos de Trovador, y confirma lo que venimos diciendo: apunta al miedo, a aquellos pensamientos que nos roban el tiempo, y el tiempo es ahora mismo nuestro único capital. En el “Tren de la bruja” emerge un Crepúsculo más filosófico, logrando hacer de la atracción de feria una metáfora de sus frustraciones y remordimientos, atravesando la feria como una lanza, un demonio entre las luces que nunca se apagan, levantándose con los anillos puestos, persiguiendo cosas que yo tampoco puedo. Tiene razón Crepúsculo: a las brujas no hay que tenerles miedo, solo miedo a tener miedo. Por cierto, ayer subió el precio de la hipoteca.
Joe Crepúsculo, tanto en el dísco como en el concierto, nos da claves de nuestro tiempo, momentos de introspección y momentos de euforia, como “Sol y sombra”, o “Velo de maya”, llenas de madurez que le permiten cantar que si la vida fueran solo verbenas no habría principio ni final o que todo el mundo quiere algo de los demás, llenar el vacío de la sociedad. Con “Trovador tecno” trasciende el costumbrismo, por la vía de la ironía, la metáfora y una bases cañeras y electrónicas, descubriéndonos eso que está ahí, conquistando un presente que en el directo embriaga con su cercanía. Quizá sea eso lo más difícil y Crepúsculo lo consigue, con una imaginación libérrima. Su costumbrismo cosmopolita consiste en que todos nos hemos encontrado a José House y todos nos hemos metido una raya con él y otra para el perro. Quién sabe, quizá la modernidad era esto.