El jueves 21 de septiembre, Iván Álvarez Díaz publicó en este medio un artículo titulado “Critiquen a Bueno, pero no mientan” en respuesta a un artículo previo escrito por mí, también publicado en Nortes y titulado “De la Ilustración a la reacción: los casos de Gustavo Bueno y Amelia Valcárcel”. En su artículo, Iván Álvarez me acusaba de mentir sobre Gustavo Bueno. La primera acepción del verbo “mentir” recogida en el Diccionario de la RAE es “Decir o manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa” y es el sentido con el que la mayor parte de la población utiliza la palabra. Teniendo en cuenta que Iván Álvarez no me conoce en persona, no resulta elegante que afirme que miento. Por mi parte, diré que el autor de la réplica yerra o se equivoca en sus afirmaciones y que errar es inevitable cuando se busca el conocimiento.
Iván Álvarez comienza diciendo que la Fundación Gustavo Bueno (en lo que sigue FGB) le emplea. Tal sinceridad es de agradecer, pero lastra la objetividad de sus afirmaciones, tanto como las puede obstaculizar quien se presente como abogado a sueldo para defender a otra persona. A continuación sigue mi texto de réplica a su artículo, donde incluyo numerosos enlaces que justifiquen mis afirmaciones.
No discutiré la actuación de Bueno hasta la década de 1980, en parte porque no le conocía personalmente y en parte porque Iván Álvarez Díaz y yo coincidimos en lo fundamental: Bueno formaba parte de la oposición intelectual al régimen franquista, por lo que lo califico, en ese periodo, de “ilustrado”, “progresista”. Ahora bien, me resulta incomprensible que el autor de la réplica se empeñe en negar el marxismo del Bueno de entonces, ya que afirma conocerlo tan bien; en sus palabras: “no se puede decir que Bueno fuera marxista, nunca”. Basaré mi afirmación en que, durante aquellas décadas, el filósofo sí lo era en dos hechos: 1º) Bueno citó innumerables veces a Marx y siempre lo hizo con respeto; 2º) En la entrevista que el colectivo “En Lucha” le hizo en 1979, disponible en la página web de la propia FGB y titulada “En algún sentido, todos somos hoy marxistas”, (lo que nunca hubieran afirmado Adolfo Suárez, Manuel Fraga o Fernando Sánchez Dragó), el filósofo afirma “desde una perspectiva marxista –es decir, intrínsecamente dialéctica– las cosas se ven de otro modo. Por de pronto, no sólo no vemos ya el marxismo como una enfermedad”. Aquí, el filósofo habla en primera persona del plural: “(nosotros) no sólo no vemos…” cuando menciona la perspectiva marxista. Al final de la entrevista añade: “Y en esta coyuntura acaso sólo un planteamiento marxista leninista –debidamente adaptado a las circunstancias– podría salvarnos de terribles desastres y en particular de formas insospechadas de salvajismo, de imprevisión o de necedad”. Por todo ello, no se puede decir que calificarlo entonces de “marxista” constituya un despropósito. Menos que sea mentira.
Iván Álvarez también cuestiona mi afirmación de que, hasta avanzada la década de 1960, Bueno y Tamames tenían poca competencia intelectual en España y que eso impulsó su carrera, al igual que sucedió a quienes en ese periodo tenían licenciaturas universitarias. En mi artículo previo, no mencioné el motivo porque me parecía obvio, pero parece que no lo era, así que lo aclaro ahora: la Guerra Civil provocó la muerte o el exilio de la mayor parte de la intelectualidad republicana, ya fuesen artistas, científicos o pensadores. Por lo tanto, quienes tenían un doctorado en (supóngase) 1965 tuvieron unas facilidades que los nacidos durante el baby-boom nunca disfrutamos. En todo Occidente se vivió una expansión académica durante las décadas de 1975 a 2005, de la que se beneficiaron algunas personas, como Bueno y Tamames; no me refería a que les favoreciera el aperturismo de la dictadura franquista.

Los intelectuales que menciona Iván Álvarez Díaz en su artículo, como impulsores de la vida intelectual de la época, como José Luis López Aranguren y Enrique Tierno Galván, a quien se podría sumar Agustín García Calvo, precisamente fueron expulsados de sus puestos docentes en la universidad por su apoyo a las protestas estudiantes de 1965, por lo que se exiliaron. Tal hecho redujo, aún más, la competencia vivida por quienes no sufrieron tal represión y arrojó una nueva sombra sobre la cultura nacional. Si a alguien que por su edad no conoció aquellas décadas está convencido de que, durante la dictadura, la vida intelectual era “mucho más rica de lo que pudiera parecer” está en su derecho de afirmarlo, pero que no espere ser aclamado. Tampoco parece muy coherente que encuentre tal ventaja en una dictadura de derechas quien se presenta como “militante comunista y “de carnet””, a no ser que milite en un comunismo a lo Ramón Tamames.
Sobre la actitud personal de Bueno, basta con ver sus intervenciones en los medios de comunicación para sacar conclusiones; en especial, sus polémicas televisivas. Aporto un ejemplo extraído de la prensa: en un acto convocado en 2009, contra la ley del aborto que entonces se discutía en el Parlamento y que recoge un diario conservador ovetense, Bueno afirmó que a “A la ministra que separa la religión de la razón habría que tirarla por la ventana”. En el mismo acto, el filósofo denigró a ciertas defensoras del aborto con la afirmación de que “ya tienen bastante con un cerebro tan pequeñito”. Todo ello prueba dos cosas: la evidente intolerancia de Bueno hacia quienes discrepaban de sus posiciones y su defensa en ese momento de la religión, entre otras fuentes de involución ideológica. Bien sé que, previamente, el filósofo había sido un gran crítico de las creencias religiosas, pero ahora hablo de su involución a partir del año 1995, aproximadamente, no del Bueno de 1970.
Y con esto introduzco el tema de la reacción política. En varias ocasiones, Bueno intervino en actos convocados por la ultraderecha o donde se encontraban defensores de tal ideología; así, en Internet, cualquiera encuentra fotos suyas junto a Santiago Abascal, líder de ese movimiento en España. En la misma línea encaja su acercamiento a la Fundación en Defensa de la Nación Española (DENAES). Pero es que su propio entorno afirma tal conexión ideológica, por lo que negarlo constituye un despropósito. Un apunte biográfico en ese sentido: Gustavo Bueno Martínez, hijo del filósofo nacido en La Rioja, afirmó en el mismo diario conservador ovetense que el partido español de ultraderecha se inspira en la obra de su padre. Quizás, por todo ello, Lino Camprubí (nieto de Gustavo Bueno) sostenga que la FGB constituye “una parodia de secta religiosa”.
Por último, los oros. Cierto es que, a partir de 2014, no encuentro en la documentación del Ayuntamiento de Oviedo la entrega de subvenciones a la FGB, por lo que debieron terminar entonces. Ahora bien, la FGB tiene su sede en el edificio del antiguo Sanatorio Miñor; se trata de un céntrico palacete que, tras ser rehabilitado, fue cedido por el Ayuntamiento de Oviedo a la FGB durante 50 años por un alcalde conservador. En la sede también se realizan encuentros de la Fundación DENAES. En la página web de Wikipedia dedicada a la FGB no se menciona el cobro de alquileres, de lo que se puede inferir que la cesión se ha realizado de manera gratuita o a precio simbólico. Doy por hecho que tal privilegio es cierto porque, de lo contrario, la FGB se habría movilizado para modificar la afirmación que aparece en Wikipedia. La cesión gratuita de un edificio así constituye una ayuda indirecta que para sí quisieran muchas oenegés, fundaciones o asociaciones.
Para terminar y hablando de todo un poco: aún guardo en mi biblioteca un ejemplar del Protágoras de Platón en edición bilingüe de Pentalfa-Clásicos El Basilisco (Oviedo, 1980), traducido por Julián Velarde, con nota bibliográfica de Gustavo Bueno Sánchez y análisis de Gustavo Bueno Martínez. Lo conservo porque todos los estudiantes asturianos que nos presentábamos a la EBAU o prueba de Selectividad en aquellos años (lo hice en 1981) estábamos obligados a leer y trabajar en clase de Filosofía ese texto platónico, junto a la Monadología de Leibniz, que también publicó en edición trilingüe la misma editorial, con igual traductor e introductor: Pero, ¡mire usted, qué coincidencia! Como la cultura se había opuesto a la dictadura, esta soslayó la cultura, así que las bibliotecas públicas de entonces estaban ínfimamente dotadas. Por lo tanto era muy difícil encontrar ejemplares de acceso libre esas obras, fuese en las ediciones publicadas por Pentalfa-Clásicos El Basilisco o en otras.
En consecuencia, todos o casi todos mis compañeros de curso con aspiraciones de estudios universitarios tuvimos que comprar ambos libros, lo que supuso otro gasto para nuestros sufridos padres. Como los estudiantes que cada curso nos examinábamos de Selectividad éramos miles, la decisión de elegir tales textos tuvo que ser una importante fuente de ingresos para los autores de la edición y quienes fueran dueños de la editorial, sean o no las mismas personas que los tradujeron y comentaron. Sería interesante averiguar durante cuántos cursos fueron obligatorias, puesto que el propio Gustavo Bueno reconoció en una entrevista, realizada a finales de 1988, que tuvieron que acabar cambiando tales lecturas porque muchos docentes de Filosofía las veían como imposiciones: ahora bien, ¿imposiciones por parte de quién y a quién beneficiaban?