Son las tres de la mañana pasadas del 31 de agosto de 1995. El enganchador Ángel Zabala Pastor está con sus compañeros cargando las tolvas de carbón en el nivel oeste de la quinta planta del Pozu Nicolasa, en Mieres. De repente se para el páncer de los checos. Tiene hambre, así que aprovecha el parón para comer el pincho. Cuando está desenvolviendo el bocadillo escucha una explosión, y acto seguido la onda expansiva le arranca el casco y proyecta su cuerpo contra la batería.
Intenta levantarse. Respira a duras penas y el aire le quema los pulmones. Los brazos le arden. Empieza a perder la consciencia. Con mucho esfuerzo, casi gateando, llegan al transversal. A lo lejos ve una luz que se acerca. Es Fran, el artillero, quien lo coge en sus brazos y le pregunta qué ha pasado. Fran echa una ojeada al lugar del que ha acaba de escapar su compañero. Amasijos de hierros quemados, polvo de carbón, tuberías reventadas y cuerpos muertos. Muchos cuerpos muertos. Catorce concretamente.
El pasado 31 de agosto se cumplieron 25 años de esta tragedia que sacudió a las cuencas mineras asturianas. La situación sanitaria obligó a aplazar el homenaje previsto en Mieres y la actualidad pandémica eclipsó el recuerdo, que pasó tímidamente por algunos medios. En Nortes no hemos querido acabar este 2020 sin repasar algunos pormenores de un accidente que marcó la historia reciente de Asturies. Y no porque sea el símbolo trágico del fin de la minería, sino por los oscuros interrogantes que aún están por aclarar, y que un informe del sindicato Comisiones Obreras planteó como alternativa a los del Gobierno autonómico y de la empresa Hunosa.

Los análisis de este sindicato defendieron siempre que la chispa saltó en el nivel oeste de la quinta planta, al contrario que el Servicio de Minas del Gobierno regional, Hunosa y hasta el sindicato SOMA-FIA-UGT, que nunca aceptaron esta hipótesis. ¿Las razones? En los informes de Minas y Hunosa aparecen detalladas explicaciones técnicas poco accesibles para los profanos, pero en las mentes de muchos trabajadores de la minería circulan otras sospechas: en el ala oeste era donde trabajaban los checos subcontratados.
Vlastimil Havlik, Miroslav Divorki, Michal Klenot y Milan Rocek murieron aquella noche. No eran trabajadores de Hunosa, sino de la subcontrata Satra, y como cualquier subcontratado tenían condiciones laborales mucho más precarias que las de los empleados de la Hullera del Norte. Cobraban al metro. Es decir, su salario dependía de lo que avanzara su minador (la máquina que perfora la galería), y el minador de su nivel se paraba cada dos por tres. Cada vez que el medidor de grisú daba la alarma, la corriente se cortaba y el trabajo no avanzaba.
ALARMAS FRECUENTES POR GRISÚ
Según el informe de CCOO, solo los días 9, 10 y 11 de agosto se registraron 39 alarmas, algunas con parones de 20 minutos. De los días posteriores hasta el momento del accidente no se encontraron datos. ¿El motivo? Una avería en el sistema de control ambiental impidió el registro. Casualidades de la vida. Pero sí se encontró otra cosa: un medidor de grisú con un difusor de aire comprimido para, según el informe del sindicato, alterar la medición. Este aparato debía ser el que provocaba el corte de corriente en caso de detectar niveles altos del gas.

El trucaje de este mecanismo, además de su ubicación incorrecta, fue una de las posibles causas del accidente planteadas por Comisiones. Las supuestas graves anomalías observadas nunca fueron investigadas, pero tampoco negadas. Los otros dos informes, el de Minas y el de Hunosa, simplemente defendieron que la explosión se originó en otra parte. El de Minas señalaba a un posible derrabe en el fondo de saco del nivel este, es decir, en la zona opuesta a la de los checos, y el de Hunosa a una chispa de las turbinas de los electroventiladores, más cercanos al crucero y también alejados de la zona oeste.
Los técnicos del sindicato rechazaron estas versiones. En primer lugar porque en el nivel este no había actividad. Y en segundo, porque los niveles de grisú y polvo de carbón no eran lo suficientemente altos para crear una atmósfera explosiva. El informe de Minas apuntaba además a la presencia de una caja de 25 kilos de dinamita que el mencionado artillero había colocado en el lugar, como posible iniciación de la detonación. Pero el de Comisiones respondía que la mayor parte de esa dinamita apareció sin detonar tras el suceso, y que según los ensayos realizados por el Laboratorio Madariaga, “la iniciación parcial de parte de la dinamita provocaría la explosión de la totalidad”.
Cada vez que el detector registraba alarma por grisú la maquinaria se paraba, y las labores eran a destajo
Para CCOO la iniciación tuvo lugar en la zona de avance de los checos, probablemente ocasionada por una chispa del minador, la razón más habitual de iniciaciones de deflagraciones de grisú, según los datos de la época de la minería internacional. La razón de que los destrozos fueran mayores en el ala este que en la oeste era debido a la forma en la que explota el grisú: se produce una iniciación de baja energía en la zona del minador de los checos, que produce una onda de presión que avanza progresivamente y alcanza velocidad de detonación a partir del crucero, hacia la zona este.
Por este motivo, según el informe, los cuerpos de los trabajadores checos aparecieron quemados y con signos de asfixia, pero sin traumatismos, al contrario que los de los fallecidos en zonas más alejadas. La alta condensación de agua en la zona del minador, síntoma de una combustión de grisú en este entorno, era compatible con la teoría.
RECONSTRUCCIÓN DEL ACCIDENTE EN BURGOS
Ante las opiniones contrarias a esta tesis, los técnicos del sindicato exigieron la realización de una prueba, a lo que los responsables de la Comisión Nacional de Seguridad Minera, gestionada por el PP en 1997, accedieron. En un campo de tiro de Páramo de Masa (Burgos) se reconstruyó la tubería de ventilación de la planta, y se reprodujo la detonación en las mismas condiciones del día del accidente. Tras el ensayo, la Comisión emitió una nota de prensa: “no es posible desestimar la teoría del inicio del accidente en el frente oeste”.

No se escarbó más en el asunto. Al año siguiente la Comisión Nacional no se mojó y emitió un informe que daba legitimidad a las tres teorías sin decantarse por ninguna. Exponía la tesis de Minas, de Hunosa y de Comisiones, y cada uno eligió la que más le agradó. Los muertos se enterraron. Las minas se cerraron. Las prejubilaciones se pactaron. Y colorín colorado, este cuento… no ha acabado.