Las mascarillas verdes con el escudo de Asturias que luce a todas horas Adrián Barbón reflejan tres ideas centrales de su mandato: Pandemia, Estatuto y Fondos europeos para la transición ecológica. Tres simples marcos conductores que tenían que servir para convencernos de las virtudes de su Gobierno. Pero todo tiene su fin… o simplemente sale mal. Estas tres ilusiones rotas, más allá de la melancolía, definen una crisis sin precedentes en la legislatura del presidente asturiano, que intenta compensar con serios mensajes que apuntan hacia el miedo a Vox y la unidad ante la guerra de Ucrania.
El lado oscuro del éxito de la vacunación
Meses antes de que las asociaciones de vecinos se levantaran contra el desmantelamiento de la atención primaria y de que el sindicato médico pidiera la reprobación del Consejero de Salud, existió un amplio consenso social que alababa la gestión de la pandemia del gobierno de Adrián Barbón. Aunque su rapidez de respuesta en la primera ola y el avance de la vacunación fueron sus logros más celebrados, el principal mérito del presidente fue un discurso público de prudencia que fue interiorizado por la población: “usen mascarillas, lávense las manos, guarden la distancia social”.

La imagen de líder pandémico, generacional, de Barbón tuvo, no obstante, mucho de ilusorio. Si Asturies fue un ejemplo en la primera ola, la gestión de la segunda y la tercera, entre octubre de 2020 y febrero de 2021 nos situaba entre las peores comunidades autónomas del Estado. Mientras había orgullo en la opinión pública por la erradicación del virus en Asturies justo tras el primer confinamiento, los profesionales sanitarios y del ERA lamentaban el abandono a quienes estuvieron en la primera línea. Meses después, impulsarían una cadena humana en la playa de Xixón. A la vez que la vacunación avanzaba, los centros de atención primaria cerraron el acceso a miles de asturianos y asturianas y se incrementaron las listas de espera para el acceso a especialistas, pruebas diagnósticas u operaciones. ¿Las consecuencias? La sanidad privada tiene hoy más recursos públicos y más pacientes que hace dos años.
Ante las críticas, o precisamente por eso, el presidente ha intentado (e intentará) alargar lo máximo posible el “marco pandemia”. Lo hemos visto en las recientes restricciones, como el pasaporte covid-19, una medida sin amparo científico que se llevó por delante al antiguo director general de salud pública, Rafa Cofiño.

El presidente sigue conservando, a pesar de todo, el aval de una parte significativa de la ciudadanía por su gestión durante la crisis sanitaria, algo que convive con un creciente malestar de usuarios y profesionales con nuestra sanidad pública. ¿El recuerdo de la gestión pandémica llegará hasta 2023? En un mundo donde la actualidad crea tres dramas nuevos cada semana, será difícil. Una vez que la invasión de Ucrania nos ha despertado del letargo pandémico, estamos más cerca de una huelga general sanitaria y de nuevas movilizaciones de las y los usuarios, que de una satisfacción general con la sanidad de Barbón. Tiempo al tiempo.
El Estatuto fallido
Es difícil cerrar peor el debate del Estatuto de autonomía. Pocas veces el anuncio de una iniciativa política por parte de un presidente viene acompañado de una movilización de decenas de miles de personas, como sucedió el 16 de octubre de 2021, en defensa de la oficialidá. Manifestaciones en apoyo al gobierno, al estilo procesista catalán, que, sólo 3 meses después, se transformarían en concentraciones frente al Palacio de Presidencia. Sin aval ciudadano, su liderazgo mediático se fue poco a poco apagando. El presidente buscaba con un nuevo Estatuto identificarse con la imagen de defensa de Asturias, consolidando la marca Barbón como ya habían hecho Feijóo en Galicia, Ayuso en Madrid y Revilla en Cantabria, mimetizando su nombre al de Asturias (“Sólo yo defiendo a Asturies”), con la ventaja de que al ser una batalla en lo cultural no necesitaba alzar la voz en materia económica o de infraestructuras ante el gobierno central. Un baile de la oficialidá que tenía que culminar con una reforma fallida por los bloqueos a izquierda y derecha y la necesidad imperiosa de que el presidente tuviera las manos libres en 2023 (¡mayoría absoluta!) para impulsar ese nuevo Estatuto.

Si la negociación acabó de la peor forma posible, todos contra todos tras la entrada de las derechas en la propuesta fiscal de Podemos, la puntilla del proceso fueron los informes secretos encargados por la Consejería de Cultura. Nadie en Asturies se ha creído la versión oficial de que Barbón desconocía esos informes que cuantificaban la implantación de la oficialidad. Su triple negación se ha visto con estupefacción, tanto entre los pro-oficialidad como entre los anti-llingua, cada vez más radicalizados por el aliento de Vox.
Barbón, durante meses, intentó compararse con Pedro de Silva y los padres del Estatuto. No lo consiguió. Donde otros lo lograron, él no ha sido capaz. Y ello ha afianzado su crisis de liderazgo.
La reconversión tras los fondos europeos
Adrián Barbón cambió la imagen corporativa de su gobierno durante el año 2021. El azul de Asturias de sus mascarillas se transformó en mascarillas de color verde (con el escudo asturiano) que tenían que mostrar su compromiso con la transición ecológica. Daba igual que los límites máximos de contaminación se superasen más de 200 días al año en la comunidad, o que Arcelor rechazara, sin consecuencias, los filtros anti-contaminación a los que le obliga la ley. El dinero de Europa haría milagros y permitiría la innovación, el futuro de la industria y la reducción de la contaminación: “No lo verán esta legislatura, pero tengan paciencia, en 2030 todo irá mejor”.
La huelga de CCOO y CSI en Arcelor nos ha despertado de un plumazo del sueño del empleo verde. Serán 970 los empleos perdidos durante los próximos tres años, por jubilaciones no cubiertas y reducción del personal eventual. 1,2 millones de toneladas de producción se trasladarán a Sestao, pero Mittal recibirá 500 millones de euros en los fondos europeos de los que Barbón y Sánchez sacaban pecho en julio de 2021.

Durante meses se comparó el nuevo dinero de Europa con los fondos mineros. Se equivocan: los fondos europeos son una cuestión de fe. En los fondos mineros, a cambio de cerrar la minería, se recibía dinero para realizar obras exigidas por sindicatos y ayuntamientos (por Villa y el SOMA en último término) y crear empresas impulsadas por sus amigos, que a su vez colocarían a personas afines. Las obras, desde carreteras a polideportivos, aunque muchas veces innecesarias, eran sin embargo visibles. Los empleos fueron tan temporales como reales.
En los fondos europeos son las consultoras y multinacionales las que realizan la interlocución directa con los gobiernos, expulsando del proceso a ayuntamientos, PYMEs y empresariado local. Los macro-proyectos deben ayudar a una transformación verde de la economía, que ésta no haría por sí sola (transformación verde que, sobra decirlo, es urgente e inaplazable), pero carecen de exigencias de mantener a cambio el empleo. Eso lleva a la paradoja de que no sólo no veremos nuevos empleos en un lustro, sino que pagaremos los despidos a esas empresas. El ciudadano medio no sentirá resultados a corto plazo de estos fondos europeos, salvo el crecimiento de los balances económicos de unas pocas grandes empresas. Si la contrapartida por haber recibido esos fondos son severas condiciones impuestas por Europa, como el pago por el uso de autovías o el impulso a las pensiones privadas, el problema se agravará. La crisis energética derivada de la invasión de Ucrania permitirá que de nuevo se alcen las voces contrarias al proceso de transición verde.
La encrucijada de Barbón es que, después de dos años vendiendo el éxito de los fondos europeos, no va a tener ninguna cinta de carretera que inaugurar, ninguna obra que vean los vecinos y ninguna creación adicional de puestos de trabajo. Ni siquiera la contaminación se va a reducir en el medio plazo. El funcionamiento de la economía asturiana, contracíclica a la estatal (crece la producción industrial, pero perdemos empleo al contrario que en el resto de comunidades) supone un problema añadido. Sus fotos con directivos de multinacionales sonrientes, un éxito en la primera parte del mandato, pueden convertirse en una losa. ¿Con ese aval va a ir a las elecciones el Pedro Sánchez asturiano?
El método: la geometría variable y los pactos de Estado
Barbón ha basado su mandato en la articulación de los tres marcos anteriores, pero también en un método. Instauró la geometría variable y los pactos de Estado. Eso le permitía sacar las negociaciones de un parlamento donde estaba en minoría a otros lugares donde él ocupara la posición central como presidente. Impulsaba pactos sobre aspectos a los que nadie se podía oponer (alianza por las infraestructuras, alianza por la industria, mesa de la financiación autonómica, pactos de Fruela para la recuperación tras la pandemia). Mientras, apostaba en las negociaciones presupuestarias por una puja a la baja entre las fuerzas de izquierda (Podemos e IU) y de derechas (Foro y Ciudadanos) para que quien quisiera salir en la foto fuera el que menos pidiera. La competencia por el voto gratis. Lo importante del método era que reforzaba su posición de fortaleza política: situado en el centro, llegaba a acuerdos transversales a cambio de nada o casi nada y sobre muchos temas a los que era imposible oponerse. Eso ha sido parte de la gasolina de su mandato. La legitimidad y la demostración de poder.
Todo tiene su fin. La fallida negociación de la oficialidad ha roto este método, porque Foro pujó, por primera vez, ‘a la alta’ imponiendo condiciones para el acuerdo, y porque entre la opinión pública (y, especialmente, entre la opinión publicada, que no es lo mismo) se ha instaurado una crítica a la falta de transparencia del presidente. Por si fuera poco, la cercanía del siguiente ciclo electoral restará incentivos para acordar en el futuro con la FSA.
¿Y ahora qué? Vox y Ucrania
Las encuestas siguen siendo favorables al PSOE. Pero sin los marcos conductores de su mandato y con su método de legitimación en crisis, todo puede cambiar rápidamente. La melancolía se ha instalado en el presidente, como ha alertado Víctor Guillot en su retrato del Barbón romántico. Por eso, Barbón busca adentrarse en nuevos nichos: La reforma para agilizar la administración, con el enfoque privatizador pactado con Ciudadanos, del que espera ‘rescatar’ a parte de su electorado. La próxima llegada de Amazon, sólo cuestionada por Podemos. Las inversiones en las alas y la defensa de la España vaciada (un marco que intentó instaurar con la creación de un Comisionado para el Reto Demográfico pero que cayó en el ostracismo tras las críticas desde el occidente asturiano y los partidos). Una ley LGTBI que suponga una ampliación de derechos. Ninguno de esos temas tendrá fuerza para movilizar al electorado asturiano. El frente amplio de Yolanda Díaz y las candidaturas del occidente vaciado le abrirán nuevas fisuras y le alejarán de la mayoría absoluta.
La realidad es que sólo el crecimiento de Vox, una fuerza a la que el PSOE legitimó otorgándole un grupo parlamentario y un millón de euros durante esta legislatura, puede ayudar al presidente a pedir el voto útil. El histrionismo en Castilla y León es clave: veremos a Barbón sobreactuar y romper relaciones con nuestros vecinos. Frenar a Vox, el miedo al fascismo, será un elemento movilizador. La debilidad de Teresa Mallada, pero también las dificultades que tenga la izquierda asturiana para conectar con el frente amplio, supondrán otro alivio para el ex alcalde de Laviana.

Y en esto llegó Ucrania: “Hay que decir claramente a los asturianos que vienen tiempos duros y difíciles”, proclamó recientemente un Adrián Barbón que compensa con un rápido olfato político sus déficits de gestión. Durante las últimas semanas hemos visto cómo nuestros dirigentes hablan de la guerra de Ucrania con los mismos marcos que habían usado estos dos años de pandemia: desgracia natural, inevitabilidad, sufrimiento y llamamiento a la unidad política. Es decir, apretarse el cinturón para soportar las duras consecuencias económicas y sociales de las que los gobiernos no tendrían ninguna culpa, por lo que reclaman la solidaridad colectiva y unidad en torno a quienes ostentan el poder. Instaurar una comunicación de guerra que se convierta en movilización electoral para apoyar a los comandantes jefes. Aprovechar la excusa de la guerra para vendernos viejos proyectos fracasados, como la regasificadora. El problema es que llueve sobre mojado: la inflación era del 6% semanas antes de la guerra, el precio de la electricidad, la vivienda y los materiales de construcción ya estaban disparados, y la ciudadanía, que soportó heroicamente dos años de restricciones, no está para muchos trotes. Puede que, ante la llamada a nuevos sacrificios, el cinturón no lo usen para apretárselo sino para estrangular a sus gobernantes. Tiempo al tiempo.